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Vos tenéis la culpa de lo que está sucediendo desde hace cuatro días: vos, torpe y miserable, vendido á todos, volviéndose á todos los vientos... vos, por quien ha venido á Madrid ese hombre fatal. ¿Qué hombre? Don Juan Téllez Girón. Pero yo no tengo la culpa; me le envió mi hermano Pedro... ¿Y por qué no le admitísteis en vuestra casa?... ¿En mi casa?...

Por otra parte, don Juan Téllez Girón, hiriendo á don Rodrigo, te ha hecho otro inmenso servicio: don Francisco de Quevedo, que conoce la corte, tuvo miedo al ver herido, sin saber si era muerto ó vivo, á don Rodrigo, y como sólo había venido á Madrid por encargo del duque de Osuna para buscar á ese don Juan, y con el sólo objeto de llevársele consigo á Nápoles, quiso ponerle á cubierto de toda eventualidad, y acordándose de Dorotea concibió un terrible pensamiento.

Don Pedro Téllez Girón no era un amante vulgar. Irritado como se encontraba por la resistencia de doña Juana, debía poner en juego todos sus recursos.

¿De que ese mancebo...? ¡vaya! al verle me acometió una sospecha; pero cuando me habéis dicho que es hijo de un Montiño... no pude dudar... como que... ya se ve, estoy en el enredo... ¿Acabaremos, hermano bufón? Si, por ejemplo, ese mozo en vez de llamarse Juan Montiño se llamase don Juan Girón... ¡Diablo! exclamó Quevedo. ¡Cómo! ¿no lo sabíais, don Francisco? Algo se me alcanzaba.

Crisol de veinte estados castellanos, Reina que sostuviste con tus manos De dos Mundos la esfera estremecida, Y rasgaste en pedazos tu bandera Porque la enseña de esos pueblos fuera Girón de tu alma, soplo de tu vida! ¡Vieja y noble leona castellana!

Cuando entró en su casa doña Juana de Velasco, duquesa de Gandía, de vuelta de palacio, se encerró diciendo á su dama de confianza: Cuando vengan don Juan Téllez Girón y su esposa doña Clara Soldevilla, introducidlos y avisadme. A seguida se sentó en un sillón, y quedó inmóvil, pálida, aterrada, muda como una estatua.

Por lo que sufres, conozco que he acertado en todo; voy ahora á decirte las razones que tengo para creer que la duquesa de Gandía te ha obligado á que no prendas á Quevedo. La duquesa de Gandía es madre natural de don Juan Téllez Girón. Dió un salto sobre el sillón Lerma y volvió á caer desplomado. Aquella noticia le espantó.

Nadie, Montiño, nadie dijo doña Clara, que estaba cada vez más encendida. Pues el rey es el rey... siempre rezando y siempre cazando... Pero sacadme de una duda: ¿dónde ha visto su majestad á mi sobrino? Digo á mi sobrino por costumbre. ¡Cómo! ¿No es vuestro sobrino? Doña Clara, os voy á confesar un gran secreto... Juan no es Montiño, sino Girón. ¡Dios mio! exclamó doña Clara.

El duque se sentó en un sillón junto al lecho, y por la primera vez se descubrió delante de Dorotea. Cubríos, cubríos, don Francisco dijo la joven ; yo os lo ruego. Os habla una pobre mujer, y esa mujer os suplica. Cubríos, si no queréis lastimarme. El duque se puso la gorra. ¿Qué queréis, pues? Don Juan Téllez Girón ha sido preso; preso como causante de la herida de don Rodrigo.

No puedo tomarlo mal; sois honrada, y muy noble, y muy dama; si estáis enamorada, enfermedad es esa con que nacemos, y enfermedad incurable, de que no debéis avergonzaros; conque ¿qué diré á don Juan Girón y Velasco? ¿Qué le habéis de decir de mi parte? Nada. Id con Dios. Quedad con Dios, señora. Y el bufón salió después de pronunciar con un retintín insolente sus últimas palabras.