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Actualizado: 3 de junio de 2025
Al ver el gesto de asombro con que su marido acogía esta demanda, fué perdiendo la sonrisa pueril que dilataba su rostro; pero todavía insistió en emplear su voz de niña para gemir con tono dulzón: ¿Dices que me amas, Federico, y te niegas á darme esa pequeña cantidad?...
Silas le dijo hasta la vista a Dolly, y le dio las gracias cordialmente abriendo la puerta. Sin embargo, a pesar suyo se sintió aliviado cuando ella se hubo marchado, satisfecho de poder volver a tejer y gemir a su gusto.
La cantata que se entonó en el teatro era obra del poeta D. Manuel M.ª Arjona, y su autor la había escrito para que se entonase en un concierto ante el rey José, en Córdoba, cosa que no llegó á verificarse. De la letra, ya olvidada hoy, sólo copiaré los últimos versos, que decían: «....Tal vez se mire en aterido invierno gemir el campo en languidez marchita sufriendo su rigor y hielo eterno.
Ramiro, echado de boca en el lecho, no había apartado un instante los ojos de su amada, y al verla vacilar de aquel modo lamentable, corrió a sostenerla. Pero ya Aixa habíase acostado ella misma sobre las losas, apretando los dientes y dejando escapar un gemir tembloroso, como si tiritase de frío. Su gran peinado, entremezclado de pétalos y de joyas, se derramaba ahora por el suelo.
Volvió a gemir, a llevarse el delantal a los ojos, pero sin moverse, sin acceder a las súplicas de su nieto. ¡Desgraciado! murmuraba . ¡Eres muy desgraciado!... Y toda la culpa la tuvo tu madre, por su empeño en huir del barrio... ¡Cuánto mejor hubiese sido para todos seguir en el oficio!
Miro la onda agitada, Que corona leve espuma Y entre misteriosa bruma Melancólica gemir; Y en la playa solitaria Estenderse blandamente, Y bajo otra ola rugiente Desfallecida morir. Miro del árbol sombrío Como se ajita el ramaje, Mientras el verde follaje A compas se oye vibrar. Como si un aéreo coro En él tuviese su nido, Para recrear el oido Con misterioso cantar.
Allí, cubierta la cara con las manos, desatada ya la trenza de sus cabellos, y en desorden la vestidura, continuó en sus sollozos y en sus gemidos. Así hubiera seguido largo tiempo, si no llega Antoñona. Antoñona la oyó gemir, antes de entrar y verla, y se precipitó en la sala. Cuando la vio tendida en el suelo, hizo Antoñona mil extremos de furor.
Uno de los más terribles martirios que la niña padecía era cuando Amalia se encaprichaba en que no llorase. Unas veces la dejaba gritar y gemir bajo los golpes: parecía que se gozaba en las lágrimas de la criatura, en oír sus ardientes súplicas repetidas entre sollozos; pero en ocasiones se empeñaba en que sufriese en silencio.
Atropelladamente, los tres bigardos salen de la cocina rosmando amenazas, y por el portón del huerto huyen a caballo. La vieja, con la basquiña echada por la cabeza a guisa de capuz, se acurruca al pie del hogar y comienza a gemir haciendo coro a la querella de los mendigos. Entra otra criada, una moza negra y casi enana, con busto de giganta.
De allí a poco viole la marquesa agitarse mucho, gemir profundamente, revolver los ojos azorados; acercóse a él... Habíasele olvidado un pecado muy gordo, muy gordo..., y antes que tuviera tiempo la dama de llamar al padre, decíale ya él con gran trabajo: Yo..., por divertirme..., por fastidiarle..., escribía todos los días una carta a Frasquito... diciéndole: ¡Mentecato!... ¡Cuatro meses le escribí!... Cuando Jacobo volvió de Italia, dejé de hacerlo... Me lo pidió él: decía que le interesaba... Tú le pedirás perdón a Frasquito... ¡Me pesa! ¡Me pesa!...
Palabra del Dia
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