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Actualizado: 8 de julio de 2025
Un resfriado, en concepto del doctor, y nada más. Sin embargo, no estaba yo tranquilo. Trabajamos en el escritorio hasta las ocho de la noche, y al sentarnos a la mesa, me dijo don Carlos: Mañana, después de misa, escribirá usted esas cartas, y por la tarde haremos la liquidación esa. Quiere Gabriela unos papeles de música. Me dice que están en el piano; recójalos usted y mándeselos.
Bien: dijo ¡asunto arreglado! Usted me perdonará... ¡estamos de viaje!... ¿Gusta usted de almorzar? Y se levantó y me condujo a la puerta. En esos momentos apareció la señorita. ¡Papá! Sonrojóse al verme, y murmuró tímidamente: Usted dispense.... ¿Qué quieres, Gabriela? le preguntó el caballero. ¿A qué hora hemos de salir? Después de comer... a menos que tú quieras salir más tarde....
Cierto que todas las tardes paseamos en el jardín; pero no solos, como usted dice, Luisa. Don Carlos y doña Gabriela van detrás de nosotros, y Pepillo nos hace compañía.... Sí, Pepillo; como quien dice: el «bufón del Rey...» ¿Sabe usted cómo le llama éste a Pepillo, a su cuñadito de usted?.... No. ¡Rigoleto! Las chicas se echaron a reír. Estábamos en el atrio de la Parroquia.
Angelina me miraba atentamente, procurando observar el efecto que sus palabras producían en mí. Pues Angelina: ¡diga usted a esa señorita que ese joven soy yo, y que paso muy gratas horas, oyéndola tocar! ¡No! ¡Yo no le diré nada! Pero.... ¡Con razón dicen las gentes que está usted enamorado de Gabriela! exclamó apenada, trémula el labio, húmedos los ojos.
Sólo el dolor suele ser reservado y silencioso. Corresponde usted mal a mi amistad. ¿No he sido yo la primera en contarle la triste historia de un amor desgraciado? Sí, Gabriela. Pues entonces, dígame usted que ama a Linilla, y que Linilla le ama a usted....
Gabriela volvió el Lunes de Pascua. ¡Dichoso el momento en que la ví! Aquellos cinco días de ausencia fueron siglos para mí. ¡Cómo eché de menos a la joven! Recorría yo la casa en busca de ella; me iba yo a vagar por el jardín, imaginándome que allí la encontraría, y turnaba yo a mi cuarto desconsolado y abatido.
Me resolví a confiar a Gabriela mis amores con Angelina. Así, pensaba yo me salvaré, y no podré decirle nunca que la amo. «Usted, amiga mía, amiga cariñosa, le diría usted sabrá, antes que nadie, que en la dicha de esa joven, que es y ha sido muy desgraciada, cifro todas mis ilusiones, ¡todas mis esperanzas!
No, Gabriela; le dije, trémulo y sonrojado, estimo la confianza de usted; agradezco infinito la bondad con que usted me trata, la amabilidad con que me distingue... pero ¿qué decir de Linilla? ¿Que la amo con fraternal afecto? ¿Fraternal solamente? ¿Cómo a mí? Sentí que me ahogaba la emoción.
Por la noche, a la hora en que nos reuníamos en la sala, permanecía yo lejos de Gabriela, hojeando los periódicos; hasta que al fin, comprendiendo ella que algo grave me tenía pensativo y cabizbajo, me dijo cariñosamente, como una hermana que trata de consolar al pequeñuelo preferido. Vamos, Rodolfo... ¿qué tiene usted? ¿Enojos de Linilla? A fin de semana recibí una carta de tía Pepa.
Todos mis proyectos vinieron a tierra; la pasión adormecida se despertó anhelante, y la imagen de Linilla, presente hasta ese momento en mi memoria, se desvaneció de pronto en las tinieblas del olvido. Me sentí sin fuerzas ante la hermosura de Gabriela, vencido, avasallado. Sopla un viento muy fresco... cosa rara en este mes. Sin duda ha llovido en la Sierra.... ¿No tiene usted frío? Yo sí.
Palabra del Dia
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