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Gracias a las advertencias de Gabriela que me pusieron en guardia contra los caprichos del niño, Pepillo fué siempre dócil y cariñoso conmigo. Todas las mañanas iba al escritorio, me pedía lápiz y papel, y se pasaba las horas pintando monos y casitas.

La codicia, , la codicia, porque sólo ella me podía hablar de ese modo, me decía: «¿Dices que Gabriela ama a otro, que vive pensando en otro, que no puede amarte? ¡Ten paciencia, ten calma, que no todo ha de ir tan de prisa como quieres!

Entonces pude admirar en Gabriela no sólo la sencillez de su alma, sino lo que en ella valía más, la nobleza de su corazón.

A ruego mío, mientras don Carlos se engolfaba en su partida de ajedrez, abría Gabriela el piano, un soberbio «Erard», y tocaba lo más selecto del repertorio en boga.... Las horas pasaban dulcemente, dulcemente, como las ondas del río lejano que nos enviaba, a través de los bosques rumorosos, y de las alamedas del jardín, el canto misterioso de sus turbias aguas.

«¡Ya lo ves, Linilla! ¡Y así dudas de mi cariño!... Dime: ¿haces bien en eso? ¿Verdad que no? Mira: la señorita Gabriela vale mucho, es muy buena, y a cada rato me habla de , y se queja de que no la quieras.... Estás celosa, , celosa, mal que te pese, y no hay motivo para ello. Por el contrario, debe ser objeto de tu cariño. Esta familia me trata muy bien.

El P. Herrera murió a fines del 78 en su curato de San Sebastián. Poco antes fué llamado al coro de la Catedral de Jalapa, pero el humilde anciano renunció la prebenda. ¡No! ¡No! contestó. No quiero canongías.... De aquí... ¡al cielo, si Dios Nuestro Señor tiene piedad de este pobre pecador! Gabriela casó con Ernesto, y es madre de dos niños tan hermosos como ella. ¿Es feliz? Creo que .

Los señores se habían detenido en un puentecillo por donde el coche del corcovadito no podía pasar. ¡Señorita, nos llaman! Vamos. Gabriela se levantó, y antes de dar un paso miró entristecida la cifra escrita en la arena. Yo, al pasar, la borré con los pies. ¿Qué ha hecho usted? ¡Nada, señorita! ¡Bien hecho!... ¡Mejor! Locuras mías.... ¡Quién pudiera olvidar!

Gabriela escribía en la arena, con la contera de la sombrilla, una letra, una letra, que brilló ante mis ojos como si fuera de fuego. Me dolió el corazón como si me le mordiera una víbora. ¡Tuve celos, celos horribles! ¿En quién pensaba la señorita? Aquella letra era la primera de un hombre amado, y ese nombre... ¡no era el mío! ¿Cómo a ? repitió la doncella. ¡Cómo a usted, Gabriela!

Anoche soñé una cosa.... ¿Qué? La diré.... No; ¡mejor es callar! Hable usted, tía. Soñé que te habías enamorado de.... Gabriela. ¿De Gabriela? ¡Si, de esa señorita que es tan buena, tan amable, tan elegante, tan inteligente, tan linda, y... tan rica! No, tía. Mi corazón tiene dueño. ¿Y quién es? Ese es mi secreto. ¿Secreto? Secreto. Mira, Rorró; a no me engañas.... ¡Ah!

No, Gabriela: ¿a quién mejor que a usted pudiera yo confiar uno de esos secretos que no se pueden guardar mucho tiempo? Hable usted, Rodolfo, hable usted. Una amiga como yo suele ser buena consejera.... ¿Hay enojos en la niña? Pues contarlos a esa amiga. ¿La niña está contenta? ¡Pues decirlo!... ¿Padece usted?... ¡Pida consuelo!... ¿Es usted feliz? La felicidad es expansiva y franca.