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Actualizado: 22 de septiembre de 2025
Pero nada; ni un solo transeúnte detuvo el paso para decir: «¡Eh, chis, chis, venga La Abeja, muchacho!» Los chicos corrían, corrían siempre gritando furiosamente, y yo los seguía jadeante: la hoguera de mi entusiasmo se iba apagando a medida que entraba en calor.
No era aburrimiento lo que tenía Miranda: era su mal del hígado, furiosamente exacerbado con el despecho de la ridícula aventura que cortó el viaje de novios.
No lo creo respondió Van-Horn . Creo más bien que se trata de una venganza. Preparémonos a hacer fuego. Entretanto, los arfakis sujetaban con bejucos a la espalda del desgraciado un haz de hojas secas. El prisionero lanzaba gritos y se revolvía furiosamente.
Los pocos que dieron en perseguirlos retrocedieron á toda prisa al llegar á la cañada y oir las cornetas y atabales que allí tocaban furiosamente los veinte arqueros emboscados al efecto. Los perseguidores, como lo había previsto el barón, creyeron que una gran fuerza inglesa, quizás todo el ejército del Príncipe Negro, había tomado posesión de aquellas alturas.
Algún pensamiento extraño sacudía furiosamente su alma, porque al cabo de un rato, no sólo los ojos, sino todo el cuerpo, ofrecía singular inquietud. Miraba de vez en cuando a su amigo, se pasaba la mano por la frente, rascábase la cabeza. Por último, no pudiendo vencer su agitación, alzose de la silla donde estaba y comenzó a dar vivos paseos. Mario seguía llorando con la cabeza entre las manos.
Aquellas palabras que significaban ¡paz! ¡paz! sonaban mal en boca de aquellos salvajes, que parecían dispuestos a caer sobre la chalupa con las armas en la mano. En vez de detenerse, el Capitán, Cornelio, Horn y el chino habían empuñado los remos y los manejaban furiosamente. Hans estaba en la barra del timón.
Y poniéndose a rasguear furiosamente la guitarra, cantó con voz arrogante: Dicen que tú no me quieres, No me da pena maldita; Que la mancha de la mora Con otra verde se quita. Si no me quieres a mí, Se me da tres caracoles; Con ese mismo dinero Compro yo nuevos amores. Capítulo XIV El casamiento de Stein y la Gaviota se celebró en la iglesia de Villamar.
Y, afanándome por esconder una lágrima, salí murmurando furiosamente: ¡Canalla de Ti-Chin-Fú! ¡Por tu causa! ¡Viejo malandrín! Al día siguiente salí para Tien-Hó, acompañado de Sa-Tó, el respetuoso intérprete, una larga fila de carretas, dos cosacos y todo un pueblo de koolíes.
¡Hola! maestro dijo el joven , si continúa usted de ese modo, no tengo que temer, ciertamente, ninguna evacuación sanguínea; y además, es preciso que esté usted furiosamente preocupado para no haber visto en seguida que no se trataba de afeitarme sino de arreglarme el pelo.
Opúsose furiosamente el tutor al casamiento de su pupila, sin que hubiera quien le convenciera, porque ya se sabe á qué estado de odiosa y repugnante oposición llegan á veces padres, madres y tutores en esto de las bodas, lo cual, visto por el fogoso galán, deseando librar á su adorada de aquel Argel donde gemía cautiva, hizo en Sevilla las diligencias necesarias para poderla sacar por el Juez de la Iglesia, y corrientes los papeles volvió á Utrera en compañía del Alguacil Mayor del Cardenal para lograr la realización de sus ansias.
Palabra del Dia
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