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Actualizado: 22 de julio de 2025


Discutieron algunos minutos, cedió Sarto, envió un destacamento mandado por Berstein al palacio de Tarlein en busca del general Estrakenz, y el resto de la fuerza atacó furiosamente la gran puerta del castillo. Resistióles ésta unos quince minutos y cayó por fin, en el momento mismo en que Antonieta disparaba su revólver contra Ruperto.

Allí estaba el belga empuñando la espada y con él Dechard, sentado en un sofá. Bersonín, sorprendido al verme, retrocedió; Dechard saltó sobre su espada. Ataqué furiosamente al primero, acosándole hasta la pared. Aunque valiente, no era esgrimidor de primera fuerza y pronto cayó a mis pies.

Las olas se estrellaban furiosas en tales obstáculos con fragor tremendo, reventando en espumas, alejándose y volviendo furiosamente a la carga. ¡Atención al paso, Van-Horn! gritó el Capitán, que se había puesto pálido. ¿Hay escolleras delante? preguntó el piloto con la voz ligeramente alterada. No. Confiemos en que se podrá pasar.

Doña Cristina abanicábase furiosamente las mejillas enrojecidas. ¿Qué horrores iba soltando aquella voz suave é irónica que parecía acariciarla con profundos arañazos?... Ahora se arrepentía de haber provocado al impío y hacía señas á Urquiola para que no le contestase. Deseaba que se hiciera un silencio penoso, que se fuera de allí empujado por la sorda y desdeñosa hostilidad de todos.

¡Nos estás aburriendo con tu cómico de la legua! interrumpió furiosamente Maugirón... No cómo te sufre Tragomer. Nada de eso; me interesa, por el contrario, dijo amablemente Tragomer. no entiendes de nada, Maugirón, en cuanto te sacan de catar vinos. Oye lo que decimos mientras te bebes tu Lafite... ¿De modo, Frecourt, que usted ha conocido á esa Juana Baud?

Entre godos eran solo estas discordias i semejantes á las de dos fieras que despues de darse favor para conseguir una presa, i despues de conseguirla riñen furiosamente con propósito cada cual de hacerla suya. Ni eran despreciados, ni oprimidos.

Por un momento todos aquellos espíritus elevados vivieron dos siglos más adelante y vieron con los ojos del alma una Peñascosa ideal cuajada de fábricas y cervecerías. ¡Poder maravilloso de la poesía! Se aplaudió furiosamente con las manos y con las cucharillas.

Mientras fuera se revolvían furiosamente las aguas agitadas por la tempestad, en aquel lago reinaba la más absoluta calma. Su superficie estaba tranquila y era bruñida y lisa como la de un espejo metálico. Apenas la chalupa hizo moverse la superficie de sus aguas, despidieron éstas resplandores fosforescentes. Pero ¿dónde estamos? preguntaron Hans y Cornelio.

Los perros del cortijo ladraron furiosamente al oír el galope, cada vez más cercano, acompañado de gritos, rasgueos de guitarra y canciones de prolongado lamento. Ahí viene el amo dijo Zarandilla. Nadie pué ser más que él. Y llamando al aperador, salieron los dos fuera del cortijo para ver llegar, a la luz de la luna, el ruidoso carruaje.

Pepe no le vio; pero Pateta se fijó en él y hubo un momento en que, interrumpidos los disparos carlistas, el gatera madrileño, que iba trepando cuesta arriba como una alimaña del monte, oyó clara y distinta la voz de aquel hombre que, agitando furiosamente el sable, gritaba a los de la trinchera: ¡Quietos ahora! ¡quietos, y luego tirar a los oficiales!

Palabra del Dia

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