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Actualizado: 4 de mayo de 2025
La doctora se levantaba las faldas para evitar su contacto, lanzando al mismo tiempo risas nerviosas que disimulaban su terror. De pronto, Freya gritó, señalando con un dedo la base del antiguo altar. Una culebra de color de ébano, con el lomo moteado de manchas rojas, desenroscaba sus anillos sobre las piedras lenta y solemnemente.
Ulises esperaba tropezarse con la viuda al pasar frente á una de estas mansiones, loteadas ahora por pisos, y que exhibían en el portal las chapas indicadoras de oficinas y almacenes. En una de ellas viviría indudablemente la familia amiga de Freya. Luego dudaba, atraído por la blancura de las flamantes construcciones surgidas entre el caserío venerable.
Atrajo de pronto su atención un nombre impreso á la cabeza de un breve artículo. La sorpresa le hizo palidecer, al mismo tiempo que se contraía algo dentro de su pecho. Volvió á deletrear el nombre, temiendo haber sufrido una alucinación. No era posible la duda; estaba bien claro: Freya Talberg. Tomó el diario de las manos de su contertulio, disfrazando su impaciencia con un gesto de curiosidad.
De pronto estalló la cólera de Ulises... El oficial holandés, el sabio naturalista, el cantante que se pegó un tiro, y ahora el falsificador de antigüedades... Pero ¿cuántos hombres había en su existencia? ¿Cuántos quedaban aún por llegar?... ¿Por qué no los soltaba todos de una vez?... Freya quedó sorprendida por la violencia del exabrupto. Le daba miedo la cólera del marino.
Freya hacía un esfuerzo para recordar. «¡Ah!...¡sí!» Y después da emitir por toda respuesta esta exclamación distraída, continuaba averiguando con avidez la vida anterior de su enamorado. Ulises, en algunos momentos, llegó á sospechar si lo del abrazo en el Acuario habría ocurrido en sueños. Una mañana consiguió el capitán ver realizado uno de sus deseos.
Con verdadera avidez se sentó ante la mesa de su camarote, poniendo en orden el contenido del sobre: más de doce hojas escritas por ambas caras y varios recortes de periódicos. En estos recortes vió el retrato de Freya, una imagen dura y confusa. La reconoció únicamente por su nombre puesto al pie: ella había sido otra mujer.
Freya temblaba de emoción, como un espectador entusiasta é impaciente. Algo cayó en el agua, descendiendo poco á poco: un pedazo de sardina muerta, que iba soltando filamentos de carne y escamas amarillas. Una extraña solidaridad parecía existir entre los monstruos. Sólo se agitaba para comer aquel que veía más cerca la presa.
Antes de servir la comida puso sobre la mesa, á guisa de aperitivo, una botella ventruda de vino del país, un néctar de las laderas del Vesubio, con un lejano sabor de azufre. Freya tenía sed y le inspiraba recelo el agua de esta trattoria.
Pero por más que batieron las soledades, no pudieron encontrar ningún descendiente vivo de la fauna prehistórica. El marino la escuchó distraídamente, pensando en algo que atenaceaba su curiosidad. ¿Y usted cómo se llama? dijo de pronto. Las dos mujeres rieron de esta pregunta, que resultaba cómica por lo inesperada. Llámeme Freya. Es un nombre de Wágner.
Dijo esto el amigo con cierta indiferencia. ¡Eran tan numerosos los espías!... Con frecuencia publicaban los periódicos noticias de fusilamientos: dos líneas nada más, como si se tratase de un accidente ordinario. Esa Freya Talberg continuó ha hecho hablar bastante de su persona. Parece que es una mujer chic: una especie de dama de novela. Muchos protestan de que no la hayan ejecutado aún.
Palabra del Dia
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