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Actualizado: 4 de mayo de 2025


«Todo está listo, capitánComo no había podido disponer de su vapor, ella le tenía preparado otro buque. Debía limitarse á seguir las instrucciones del conde. Este le enseñaría el barco cuyo mando iba á tomar. Se marcharon juntos los dos hombres. Era la primera vez que Ulises salía á la calle sin Freya, y á pesar de su entusiasmo amoroso, sintió una agradable sensación de libertad.

«¡Ah, no!...» Freya dió un salto hacia la puerta. Ella no podría comer al lado de este mueble inmundo, por el que había pasado lo peor de Nápoles. «¡Ah, no! ¡Qué ascoUlises estaba junto á la puerta, temiendo que los descubrimientos de Freya fuesen más allá, tapando con su espalda aquel cerrojo que era el orgullo del camarero.

Ulises quiso decir que también era éste su viaje, pero tuvo miedo á la doctora. Además, la excursión era en un vehículo alquilado por ellas, y no le concederían un asiento. Freya pareció adivinar su tristeza y quiso consolarle. Es un viaje corto. Tres días nada más... Pronto estaremos en Nápoles. La despedida en Salerno fué breve. La doctora se abstuvo de indicarle su domicilio.

Entre des arrugas se abrió un ojo amarillento, de feroz y estúpida fijeza, un globo empañado y maligno, igual al de las serpientes, que miró hacia el cristal como si pudiese ver más allá de esta muralla de diamante. ¡Me conocen! exclamó Freya con alegría . ¡Yo creo que me conocen!... Y enumeró las habilidades de estos monstruos, á los que atribuía una gran inteligencia.

El orgullo le hizo apresurarse, arrancando la fotografía de manos de Freya para pasársela á Ulises. Este vió á un oficial de marina algo maduro rodeado de numerosa familia. Dos niñas de cabellera rubia estaban sentadas en sus rodillas. Cinco chiquillos cabezudos y peliblancos aparecían á sus pies con las piernas cruzadas, alineados por orden de edad.

Abarcó con una mirada de ogro el café con leche, el abundante pan y la escasa mantequilla que le trajo el camarero. ¡Poca cosa para él!... Y cuando atacaba todo esto con avidez, se abrió la puerta y entró Freya, sonrosada, fresca por un baño reciente y vestida de hombre. La túnica indostánica había sido reemplazada por un pijama masculino de seda violeta.

Luego fueron á situarse junto á un templete blanco que se alzaba en el fondo de la avenida. Pues bien, lobo de mar amoroso continuó Freya , no duerma usted, no coma usted, mátese si es su capricho; pero yo no puedo quererle, yo no le querré nunca. Pierda toda esperanza. La vida no es una diversión, y yo tengo otras preocupaciones más graves que absorben todo mi tiempo.

La sentenciada dormía aún en su celda, ignorando lo que iba á ocurrir. Marcharon en fila por los corredores de la cárcel los encargados de despertarla, sombríos y tímidos, empujándose con su nerviosa precipitación. Se abrió una puerta. Bajo la luz reglamentaria estaba Freya en su lecho con los ojos cerrados. Al abrirlos y verse rodeada de hombres, su cara se dilató con un gesto de espanto.

El, por su parte, llegó á creer que vivía á la vez con varias mujeres, lo mismo que un personaje oriental. Freya, al multiplicarse, no hacía mas que girar sobre misma, mostrándole una nueva faceta de su pasada existencia.

Inmediatamente pensó en Freya... Su sombrero, su traje, todo lo que pudo distinguir de su persona, no le recordaban en nada á la otra. Y sin embargo, cuando se alejó el coche, sin que él llegase á ver el rostro de esta desconocida, la imagen de la aventurera persistió en su memoria.

Palabra del Dia

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