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Actualizado: 4 de junio de 2025


El no estaba seguro de haberle dado las señas con suficiente claridad. Era posible que se hubiese equivocado... Empezó á creer que, efectivamente, se había equivocado. El miedo y la impaciencia le hicieron abrir su puerta, plantándose en el corredor para mirar de lejos el cerrado cuarto de Freya.

Vivieron como recién casados, en amorosa soledad, comentando con un regocijo infantil los defectos de su aposento y los mil inconvenientes de la existencia material. Freya preparaba el desayuno en un hornillo de alcohol, defendiéndose de su amante, que se creía con mayor competencia para los trabajos culinarios. Un marino sabe algo de todo.

El vino de Freya era melancólico. La dulzura del crepúsculo parecía hacerlo fermentar, dándole el acre perfume de los recuerdos tristes. Sintió nacer el marino en su interior la fiebre agresiva de los sobrios cuando caen en la embriaguez.

Ulises protestó con energía. No: él deseaba que su buque no estuviese nunca recompuesto; calculaba con angustia los días que faltaban. Si era preciso, lo abandonaría, quedándose para siempre en Nápoles. ¿Y qué tengo yo que hacer en Nápoles? interrumpió Freya . Soy aquí un pájaro de paso, lo mismo que usted. Nos conocimos en los mares del otro hemisferio, y hemos venido á reencontrarnos en Italia.

Sentía la presión de esta garra en su cintura, cada vez más apretada, más feroz. Freya le tenía sujeto con uno de sus brazos. Violentamente se había enroscado á él y le apretaba el talle con toda su fuerza, como si pretendiese partir en dos su cuerpo vigoroso.

Y su beso era igual al de la espía, un beso absorbente que tiraba de toda su persona, haciéndole despertar... Al abrir los ojos, veía á Freya abrazada á él y con la boca junto á la suya. ¡Levántate, mi lobo marino!... Ya es de noche. Vamos á comer. Fuera de la casa, Ulises aspiraba el viento del crepúsculo, mirando las primeras estrellas que empezaban á brillar sobre los tejados.

Un coronel le dijo que aún podía disponer de unos minutos para escribir á su familia, á sus amigos, ó consignar su última voluntad... ¿A quién escribir? dijo Freya . No tengo ningún amigo en el mundo... «Entonces fué continuaba el abogado cuando tomó la pluma, como si la acometiese un recuerdo, y trazó unas cuantas líneas... Luego rompió el papel y vino hacia .

Pero su arrogancia temeraria, que le había hecho embarcarse en buques destinados al naufragio y le empujaba hacia el peligro por el gusto de vencerlo, gritó más alto que la prudencia. «¡En mi patria!... se dijo mentalmente . ¡Querer asesinarme cuando estoy en mi tierra!... Yo les haré ver que soy un español...» Conocía el bar del puerto mencionado por Freya.

Con la superstición de los enamorados y de todos los que esperan, buscaba ciertos lugares preferidos por la viuda, creyendo que de este modo tiraría de su pensamiento lejano, obligándola á venir. Los estanques de los moluscos le atraían especialmente. Recordaba que Freya le había hablado algunas veces de esta sección.

¡Buena suerte, capitán! dijo la doctora . Volverá usted pronto y con toda felicidad, ya que trabaja por una causa justa... Nunca olvidaremos sus servicios. Freya quiso acompañarlo hasta el buque. El conde inició una protesta, pero se contuvo viendo el gesto bondadoso de la sensible dama. «¡Se amaban tanto!... Había que conceder algo al amor...»

Palabra del Dia

rigoleto

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