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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Y Freya seguía marchando en silencio, con una expresión de lástima en los ojos y en las comisuras de su boca. Le placía á su orgullo de mujer contemplar á este hombre fuerte balbuceando con una confusión infantil. Al mismo tiempo se impacientaba ante la monotonía de sus palabras.

Yo he leído los mandamientos de Nietzsche dijo, para explicar su entusiasmo . «Busca tu mujer fuera de tu país...» Esto es lo mejor. Freya sonrió tristemente. ¡Quién sabe!... Es complicar el amor con las preocupaciones del antagonismo nacional. Es crear hijos con doble patria, que acaban por no tener ninguna, y vagan por el mundo lo mismo que mendicantes sin abrigo... Yo algo de eso.

Sintió Ulises la placidez amistosa que inspiran los paisajes contemplados en la infancia. El había visto muchas veces este mismo panorama, con sus bailarinas y su volcán, allá en su caserón de Valencia: lo había visto en los abanicos del llamado «estilo romántico» que coleccionaba su padre. Freya experimentó una emoción igual á la de su compañero.

Pudo darse cuenta por primera vez del gran cambio de su vida desde que Freya había venido á buscarle en el vapor. Se vió en su cuarto del hotel frente á ella, que iba vestida como un hombre y fumaba mirando el golfo. Yo soy alemana y... Iba á explicarse de pronto su vida misteriosa, hasta en los detalles menos comprensibles. Ella, era alemana y servía á su país.

Había sentido, como francés, una repulsión irresistible al convencerse de que Freya era una espía que llevaba causados grandes daños á su patria... Luego, como hombre, se apiadaba de su inconsciencia, de su carácter contradictorio y ligero hasta llegar al crimen, de su egoísmo de mujer hermosa y amiga del lujo, que la había hecho admitir la vileza moral á cambio del bienestar.

Pero con Freya había que esperar siempre algo absurdo é inconcebible. El cañonazo del mediodía los sacó de su arrobamiento voluptuoso, que había durado unos segundos, largos como años. Los pasos del guardián, cada vez más próximos, acabaron por separar sus dos bustos y desenredar sus brazos. Freya fué la primera en serenarse.

Al volver á la estación se refugiaron, huyendo del calor, en un saloncillo con divanes de terciopelo polvoriento. Para distraerse mientras esperaban el tren, Freya sacó de su bolso una cigarrera de oro, y el leve humo del tabaco egipcio cargado de opio volteó en los chorros de sol de las ventanas algo entornadas.

Ignoro qué suerte será la mía, pero lo que me importa es tu tranquilidad. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Se dejó caer de bruces en el diván, ocultando el rostro entre los brazos, mientras un hipo de llanto estremecía las adorables sinuosidades de su dorso. Ulises, conmovido por este dolor, admiró al mismo tiempo la perspicacia de Freya, que adivinaba todas sus ideas.

Freya, que hasta entonces parecía embrutecida por el régimen de la prisión, despertaba al verse enfrente de una docena de hombres uniformados y graves. Su primer movimiento fué el de toda hembra hermosa y coqueta. Conocía su influencia física.

Y envió su equipaje al albergo Paternope, en la antigua ribera de Santa Lucía, el mismo que le había designado Freya. Dar suelta á un billete de cinco liras, como avanzada de varias preguntas, fué lo primero que hizo Ferragut al instalarse en una pieza alta, viendo el redondel azul del golfo encuadrado por el marco de un balcón.

Palabra del Dia

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