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Actualizado: 4 de junio de 2025


Se dieron las manos, y ella le preguntó tranquilamente qué hacía allí mirando las olas y si avanzaban las reparaciones de su buque. ¡Pero confiese usted que mi presencia la ha sorprendido! dijo Ulises, algo irritado por esta tranquilidad . Reconozca que no esperaba encontrarme aquí. Freya repitió su sonrisa con una expresión de dulce lástima. Es natural que le encuentre aquí.

A su decepción se unía el dolor del orgullo herido. ¡El que se había imaginado cosas tan distintas para cuando se viesen por primera vez á solas!... Freya se apiadó de su tristeza. No sea usted niño... Eso pasará. Piense en sus negocios, piense en su familia, que le espera allá en España. Además, el mundo está lleno de mujeres: yo no soy la única. Pero Ferragut la interrumpió.

Únicamente soy feliz cuando pierdo la memoria... Ferragut, amigo mío, dígame ¡adiós! y no me salga más al paso. Pero Ferragut protestaba, como si le propusiese una cobardía. ¿Huir, amándola tanto?... Si tenía enemigos, podía contar con él para su defensa. Si deseaba riquezas, él no era un millonario, pero... Capitán interrumpió Freya , váyase con los suyos. Yo no he nacido para usted.

Presentía algo extraordinario en este alojamiento, pero estaba dispuesto á disimular sus impresiones, por miedo á perder el afecto y el apoyo de la sabia dama, que parecía ejercer un gran dominio sobre Freya. Entraron en el zaguán de un antiguo palacio.

Volvió á tierra nervioso é inquieto. Su zozobra le hacía temer esta entrevista, y al mismo tiempo la deseaba. «¡Adelante! Yo no soy un niño para sentir tales miedos», se dijo al entrar en su cuarto y ver á Freya esperándole. La habló con la brutalidad del que necesita terminar pronto... «No podía encargarse del servicio que le había pedido la doctora. Retiraba su palabra.

Un temblor nervioso hizo aguda y cortante la voz de Freya. Sus ojos tomaron un brillo malsano. Miró á su acompañante como si fuese un enemigo cuya muerte deseaba. Pues bien, sépalo usted. Yo aborrezco á los hombres: los aborrezco porque los conozco.

Acariciaba, al hablar, los mechones de la cabellera de Freya, que acababan de librarse del encierro del sombrero. Y Freya, adaptándose al ambiente tierno de la situación, se apelotonaba contra la doctora, tomando un aire de niña tímida y acariciante, mientras fijaba en Ulises sus ojos de dulce promesa.

Encontró sin sabor las ostras, la sopa marineresca, la langosta, todo lo que hacía sus delicias otras veces al comer solo ó con una amiga de paso en este mismo sitio. Miraba á Freya con ojos enigmáticos, mientras en su pensamiento empezaba á bullir la cólera. Sentía odio al recordar la arrogancia con que ella le había tratado huyendo del cuarto. «¡Farsante!...» Se estaba divirtiendo con él.

Su boca, al hablar, se aproximó á la del marino. Los labios se arquearon iniciando la redonda caricia de un beso. ¿Tan mal vivirías con Freya?... ¿No te acuerdas ya de nuestro pasado?... ¿Es que ahora soy otra? Ulises se acordaba, efectivamente, del pasado, y empezó á reconocer que este recuerdo era demasiado vivo.

Aquí la mujer hizo un gesto da reserva. También es un gran patriota... Pero no hablemos de él. Había en sus palabras respeto y miedo. Se adivinaba su voluntad de no ocuparse de este altivo personaje. Un largo silencio. Freya, como si temiese los efectos de la meditación del capitán, la cortó de pronto con su charla apasionada.

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