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Actualizado: 4 de junio de 2025
No todos los días conseguía Ulises el placer de esta conversación que se desarrollaba invariablemente desde la vía Partenope al monumento de Virgilio. Las más de las mañanas aguardaba en vano frente á los puestos de los ostricarios, escuchando á los músicos que saludaban con sus romanzas y sus mandolinas las ventanas cerradas de los hoteles. Freya no aparecía.
La emoción perturbaba sus sentidos, pero vivían aún en su memoria las últimas palabras de Freya al salir de la cárcel. Yo no soy alemana había dicho repetidas veces á los hombres con uniforme . ¡No soy alemana! Para ella, lo menos importante era morir. Únicamente le preocupaba que pudiesen creerla de dicha nacionalidad.
Freya sirvió el té con una gracia púdica, como si fuese la hija de la casa. Pasaron el resto de la tarde conversando sobre lejanos viajes. Nadie aludió á la guerra ni á las preocupaciones de Italia en aquel momento por mantener su neutralidad ó salir de ella. Parecían vivir en un lugar inaccesible, á miles de leguas de todo tropel humano.
¡Adiós! continuó en voz baja, con la garganta hinchada de sollozos . Ya no me verás... Voy á morir pronto: me lo dice el corazón... ¡Moriré por ti!... Tal vez llores algún día pensando que pudiste salvarme. Alguien había intervenido para arrancar á Freya de su rebelde inmovilidad. Era Caragòl, solicitado por los ojos implorantes del piloto.
Rompió la fotografía; pero luego fué juntando los fragmentos, y acabó por guardarlos entre los papeles. Su cólera cambiaba de objetivo. Freya, en realidad, no era la principal culpable de la muerte de Esteban.
Siguieron cayendo nuevas víctimas y los otros monstruos saltaron á su vez, distendiendo sus estrellas, encogiéndolas luego para moler la presa en sus entrañas con una digestión de tigre. Freya asistía á esta alimentación horrorosa con temblores de voluptuosidad. Ulises sintió cómo se apoyaba en él instintivamente, con un contacto que fué haciéndose por momentos más íntimo.
Freya fué instintivamente hacia ella, como un insecto hacia la luz, dejando á sus espaldas el cuarto sombrío y húmedo, cuyo papel pendía á trechos. «¡Qué hermoso!» El golfo, encuadrado por la ventana, parecía un lienzo con marco, un original vivo y palpitante de las infinitas copias esparcidas por el mundo.
Después de haber fijado la hora del encuentro, Freya quiso irse. Pero antes de volver á su lancha sintió la curiosidad de registrar el buque, como había registrado el salón y los camarotes.
Eran un tropel de sombras que apenas si se marcaban en su memoria como espectros daltonianos, de visible contorno, pero sin color. En cuanto á la última, aquella Freya que la desgracia había puesto ante su paso... ¡cómo la odiaba el capitán! ¡Cómo deseaba encontrarse con ella para devolverle una parte del daño que le había hecho!...
Su reloj marcaba las doce. ¡No vendrá!... ¡no vendrá! dijo con desesperación. Una idea nueva le sirvió de alivio. Era imposible que una persona discreta como Freya se atreviese á avanzar hasta su cuarto viendo luz por debajo de la puerta. El amor necesita obscuridad y misterio. Además, esta espera visible podía atraer el espionaje de algún curioso.
Palabra del Dia
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