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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Un ligero perfume emanado de su ropa, un olor fino de jabón, flotaba aún en la habitación. Las mismas toallas de las cuales se había servido, todavía colgadas de la pared, formaban, al lado de la estufa de loza, una mancha blanca de fantástica apariencia.
El joven cumplía su promesa: no halló rastro de él por ninguna parte. Mas sin saber por qué causa, la imagen de éste flotaba siempre delante de sus ojos; con frecuencia acudía a su mente. ¿Era por aversión? ¿por resentimiento? Clementina no podía de buena fe afirmarlo.
El espíritu errabundo, lleno de lozanos verdores, de Alfredo de Musset, flotaba sobre Francia, y la estrella del divino Hugo incendiaba el cielo del arte con resplandores inmortales; era como un florecimiento esplendoroso de juventud, el mocerío, deslumbrado por los magos del lirismo, sufría la sed exquisita de los amores caballerescos, de los viajes arriscados, de las aventuras extremadas y peregrinas.
Las estatuas, en la tranquilidad de la sala, le parecían reposar. Flotaba sobre ella una influencia serena y pura. Y Julio también era otro. Ya no tenía aquella vaga tristeza en el semblante distraído, y su modo, sus palabras, eran dulzura y galantería, no solamente para con ella, sino también cuando se dirigía a Charito, a Lucía o a la institutriz.
Habían salido del subterráneo y atravesaron el puente. La mujer miró con fijeza las aguas verdes y unidas. El cadáver de un cisne flotaba sobre ellas. Antes de partir, mientras ensillaban sus caballos, dos oficiales se habían entretenido cazando á tiros de revólver los habitantes de la laguna.
Siguiendo la dirección de los filamentos hundidos en el agua, creyó ver un objeto negro que flotaba á pocos metros de la superficie. Agarró una piedra, arrojándola en el mar con una fuerza que hizo surgir chorros de espuma. Pero en vez de obtener su deseo, un nuevo cable se elevó amenazante sobre las aguas.
Veía enfrente de sí la sotana tersa de pliegues escultóricos, rectos, simétricos, una sotana de medio tiempo, de rico castor delgado, y sobre ella flotaba el manteo de seda, abundante, de muchos pliegues y vuelos. Bismarck, detrás de la Wamba, no veía del canónigo más que los bajos y los admiraba. ¡Aquello era señorío! ¡Ni una mancha!
Del Mare nostrum no quedaba visible ni la boca de la chimenea ni una punta de mástil: todo se lo había tragado el abismo... Ferragut llegó á dudar si realmente había existido su buque alguna vez. Nadó hacia un madero que flotaba cerca, apoyando los brazos en él.
Vestido completamente de negro, a la moda de los acróbatas, llevaba polainas de gamo que caían en numerosos pliegues sobre su pierna, y una gorra de marinero sobre la que flotaba una pluma blanca; montaba con una destreza y una elegancia poco comunes, un pequeño caballo blanco enjaezado a la morisca, lleno de vigor y de fuego; en fin, largas pistolas ricamente damasquinadas pendían de los arzones de su silla, y él no llevaba más que uno de esos sables cortos y estrechos que usan los marinos de guerra.
Sobre las aguas ligeramente enrojecidas por el resplandor sangriento del cielo, flotaba la imagen del último santo.
Palabra del Dia
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