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Actualizado: 28 de junio de 2025


Subían los ecos de la música, lejanos, adormecidos, como si surgiesen de las profundidades del mar. Venían del otro lado de la chimenea gritos de niños y choques de maderas, revelando los diversos incidentes de un juego deportivo. El sol de la tarde incendiaba todo el Poniente con su lluvia cegadora.

Aquel sombrío vividor de insaciables apetitos, entregado a una crápula obscura y misteriosa, atravesaba el último torbellino de sus tempestuosos deseos. La virilidad, al sentir la cercanía de la vejez, antes de declararse vencida, ardía en él con más fuerza, y el poderoso jefe se abrasaba en el postrer destello de su animalidad exuberante. Era una puesta de sol que incendiaba su vida.

El sol, como un globo de fuego, incendiaba las olas en que iba á sumergirse. Una hora más, y la noche vendría á proteger la fuga con sus sombras benéficas. Pero había que aguardar una hora y ya las cuadrillas de guardianes canacos, lanzadas sobre la pista del fugitivo, debían estar registrando las dunas.

De codos en la verja contemplábamos nosotros el espectáculo arrobador de aquel espléndido crepúsculo, el panorama de Villaverde alumbrado por los rojos fulgores del naciente día que incendiaba con reflejos de hornaza los celajes que bogaban en el horizonte. Angelina: exclamé, estrechando la mano de la doncella ¿me amarás siempre, siempre, como yo te amo?

El espíritu errabundo, lleno de lozanos verdores, de Alfredo de Musset, flotaba sobre Francia, y la estrella del divino Hugo incendiaba el cielo del arte con resplandores inmortales; era como un florecimiento esplendoroso de juventud, el mocerío, deslumbrado por los magos del lirismo, sufría la sed exquisita de los amores caballerescos, de los viajes arriscados, de las aventuras extremadas y peregrinas.

Pues bien: lo que pasaba en Montoro ocurría en todos los pueblos de la carretera de Andalucía, desde Córdoba hasta Santa Elena. El gigante que incendiaba lugares y destrozaba ejércitos no podía dar un paso sin encontrar un avispero, y frenético con aquel zumbido, envenenado por los aguijones, maldecía la hora de la invasión.

Palabra del Dia

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