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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Cuando subió al carruaje de Febrer en el camino de Valldemosa, dando orden al cochero que lo había traído hasta allí para que regresase a Palma, se echó atrás el sombrero de fieltro flexible, que llevaba en todo tiempo, aplastado de copa, con el ala delantera subida y la posterior desplomada sobre la nuca. ¡Aquí estamos todos! ¿de veras que no me esperabas?
Después, así que se hubo puesto un ancho sombrero de fieltro, subió la escalera y dijo en voz baja: Hija mía, tardaré algún tiempo en volver, pues tengo que ir bastante lejos; pero no te inquietes. Si alguien pregunta dónde estoy, le dices: «En casa del primo Matías, en Saverne.» ¿No quiere usted almorzar antes de salir? No; me llevo un pedazo de pan y la calabacilla de aguardiente.
Ya está el hatillo hecho; ya nada falta; ahora, á dormir, que la noche va muy de vencida y hay que madrugar. Y á la mañana siguiente todos se reúnen en la estación: ellas locuaces y nerviosas, ellos simpáticos, con sus semblantes afeitados y sus sombreros blandos de fieltro; y todos alegres, por efecto de la costumbre que tienen de fingir. ¿Vámonos? Vámonos. Suenan un silbido y una campana.
Un discreto golpe en la puerta del cuarto cortó esta escena. Adelante. Entró un joven vestido de claro, con roja corbata, y llevando el fieltro cordobés en una mano ensortijada de gruesos brillantes. Gallardo le reconoció al momento, con esa facilidad que tienen para recordar los rostros cuantos viven sujetos a las muchedumbres.
Su traje no era de aldeano ni de caballero: chaqueta de pana, pantalón largo, botas altas y sombrero de fieltro: colgando por encima del chaleco una gran cadena de plata para el reloj. Llamábase Pedro Regalado. Procedía de Villoria: había ido al servicio: llegó á sargento: cuando vino hizo la corte al ama de llaves del capitán: se casó con ella: D. Félix le hizo su mayordomo.
Ramiro se sentó sobre una peña, con el rostro casi oculto por el ala del fieltro. El suelo violáceo parecía ondular a sus pies bajo la vibración alucinadora de la penumbra.
Al salir otra vez al patio, donde continuaba la prueba de caballos, Gallardo vio separarse del grupo de espectadores a un hombre alto, enjuto y de tez cobriza, vestido como un torero. Por debajo de su fieltro negro asomaban unos tufos de pelo entrecano, y en torno de la boca marcábanse algunas arrugas. ¡Pescadero! ¿cómo estás? dijo Gallardo estrechando su diestra con sincera efusión.
Mientras hablaba con Jorge noté que me miraba, con gran disgusto mío, porque no me consideraba muy presentable con el largo gabán ruso que me envolvía para preservarme del frío en aquella destemplada mañana de abril, sin contar la bufanda que llevaba al cuello y el sombrero de fieltro calado hasta las orejas. Tienes una encantadora compañera de viaje me dijo Federly al reunírseme.
En todo el mundo no hay nada más que un Mistral, el que sorprendí yo el domingo último en su lugarejo, con el sombrero de fieltro de alas anchas en la oreja, sin chaleco, de chaquetón, con su roja faja catalana oprimiéndole los riñones, brillantes los ojos, con el fuego de la inspiración en las mejillas, hermoso con su dulce sonrisa, elegante como un pastor griego, y caminando ligero, con las manos en los bolsillos componiendo versos.
Uno de ellos llamó la atención de Leonora. Le contemplaba horas enteras hundida en el diván del café, casi oculta por los brazos, siempre en movimiento, de su padre. Era un joven extremadamente delgado y rubio. Su estrecha perilla y las finas melenas cubiertas por el desmesurado fieltro, recordaban a Leonora el Carlos I de Inglaterra, pintado por Van Dik, y visto por ella en las ilustraciones.
Palabra del Dia
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