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Actualizado: 12 de octubre de 2025
A veces se oía la marcha de pesados zuecos sobre la tierra endurecida y se veía pasar un sombrero de fieltro, una capucha o un gorro de algodón; después, el ruido se alejaba, y el crujido de la madera verde en las llamas, el zumbido del torno de hilar de Luisa y el hervor de la olla volvían a reinar.
Rosa los reconoció en seguida: era una partida de mozos de Riofrío: entre ellos iba Celesto, gesticulando alegremente, con el descomunal sombrero de fieltro en el cogote. Los amantes dejaron escapar un suspiro de placer y se miraron risueños. Ya no me acordaba dijo Rosa de que mañana es la fiesta de Santa Teresa en Marín.
Acudió solícito, y al asomar la cara por el corredor, vio a su primo Enrique en traje de chulo; chaquetilla corta, faja de seda, camisola bordada sujeta al cuello por botones de oro, sombrero ancho de fieltro, pantalón ceñido y bota de charol: el complemento del traje era una vara en la mano, muy larga, como destinada a conducir pavos.
¡Extraña niña! Casi todas las mañanas, cuando el tiempo está bueno, la veo pasar por debajo de las ventanas de mi torre; me saluda con un grave movimiento de cabeza, que hace ondular la pluma negra de su fieltro y luego se aleja lentamente por el sombrío sendero que atraviesa las ruinas del antiguo castillo.
Esteras y alfombras allí eran tan desconocidas, como en el Congo las levitas y chisteras; sólo en lo que llamaban gabinete había un pedazo de fieltro raído, rameado de azul y rojo, como de dos varas en cuadro. Los muebles de baratillo declaraban con sus chapas rotas, sus patas inválidas, sus posturas claudicantes, el desastre de sus infinitas peregrinaciones en los carros de mudanza.
Amaury no hizo el menor movimiento; sólo Alberto dejó caer el cigarro y corrió a buscar su sombrero. Extrañado Amaury e inquieto por la dirección que, según suponía, había tomado la bala, preguntó a su amigo: ¿Qué ocurre? Nada contestó Alberto dando vueltas a su sombrero entre los dedos e introduciendo el pulgar en un agujero que acababa de descubrir en el fieltro.
En los cafés de la calle de Toledo y de la Galería de Humberto I tenía que defenderse de unos mozos inquietantes, con chaleco de gran escote, corbata de mariposa y un pequeño fieltro ladeado sobre las guedejas, que le proponían en voz baja espectáculos inauditos organizados para recreo de los extranjeros.
De lo que ninguno carecía era de cobertera para el cráneo: cuál lucía hirsuta gorra de pelo, que le daba semejanza con un oso; cuál un agujereado fieltro sin forma ni color; cuál un canasto de paja tejido en el presidio, y cuál un enorme pañuelo de algodón, atado con tal arte, que las puntas simulaban orejas de liebre. ¡Oh, y qué cariño profesaban los benditos pilluelos a aquella parte de su vestido!
Adriana, sin apartar su mirada del altar, por medio de la nave pasaba, y el fino perfil de la cara se iba ocultando, a los ojos de Muñoz, bajo el ala del sombrero de fieltro. Su silueta se anegaba en la ligera penumbra del templo; llegando cerca del coro se hincaba de rodillas, ponía los brazos juntos en el asiento delantero y abría el libro de oraciones.
Desde mi ventana veía negrear los círculos de las tiendas cubiertas de fieltro o de pieles de carnero; y a veces asistía a la partida de una tribu, que en filas de largas caravanas llevaba sus rebaños hacia Oeste. El superior de los lazaristas era el excelente padre Julio. Su larga permanencia entre las razas amarillas lo habían tornado casi en un chino.
Palabra del Dia
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