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Actualizado: 15 de julio de 2025
Aquella noche, de nuevo el resplandor de mis ventanas alumbró el Loreto, y por el portón abierto viéronse, como en otro tiempo, negrear con sus calzones de seda, las largas filas de lacayos decorativos. Luego, Lisboa, sin excepción, se arrojó a mis pies. La viuda de Marques me llamó llorando: «hijo de mi corazón.»
Entre tanto, Lisboa se arrodillaba a mis pies. El patio del palacio estaba constantemente invadido por la turba; desde las ventanas de la galería contemplaba a veces, en mis horas de fastidio, blanquear las pecheras de la aristocracia, negrear las sotanas del clero y relucir el sudor de la plebe. Todos venían a suplicar con frase abyecta, una pequeña participación en mi riqueza.
El cielo parecía empedrado de nubecillas redondas y blancas, como pacas de algodón, que dejaban paso expedito á la claridad de la luna. En ocasiones se la veía por los intersticios nadando serena por los abismos del aire. Alzó la vista y vió negrear encima de él los contornos fantásticos de la Peña Mayor.
Poco a poco esta certidumbre se fué petrificando en mi alma, y como una columna en un descampado dominó toda mi vida interior, de suerte que, por más desviado camino que tomasen mis pensamientos, veían siempre negrear en el horizonte aquella memoria acusadora; por más alto que levantasen el vuelo mis imaginaciones, terminaban por herirse las alas en ese monumento de miseria moral. ¡Ah, por más que se considere la vida y la muerte como vanas transformaciones de la substancia, es pavoroso el pensamiento que ha de bañarse en sangre caliente!
Desde mi ventana veía negrear los círculos de las tiendas cubiertas de fieltro o de pieles de carnero; y a veces asistía a la partida de una tribu, que en filas de largas caravanas llevaba sus rebaños hacia Oeste. El superior de los lazaristas era el excelente padre Julio. Su larga permanencia entre las razas amarillas lo habían tornado casi en un chino.
No bien empieza a negrear y a madurar la aceituna, acuden de Africa los zorzales, cuajando el aire con animadas nubes. El jilguero, la oropéndola, la vejeta y el verdearon alegran la primavera con sus trinos amorosos. El gran Guadalquivir da mantecosos sábalos y sollos enormes; y dan ancas de ranas y anguilas suaves todos los arroyos y riachuelos.
Palabra del Dia
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