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Le mostró retratos suyos que databan de algunos años. Ulises tardó en reconocerla al contemplar la fotografía de una japonesa delgada, jovencita, envuelta en un kimono sombrío. Soy yo, cuando estuve allá. Nos interesaba conocer la verdadera fuerza de ese pueblo de hombrecitos con ojos de ratón. El otro retrato aparecía con falda corta, botas de montar, camisa de hombre y un fieltro de cow-boy.

El gentío presentaba igual aspecto en todas las calles, como si la ciudad entera se hubiese vestido con arreglo al mismo patrón. Sombreros cordobeses de blanco fieltro o marineras de paja, cazadoras de color claro, corbatas rojas, y en todas las bocas un cigarro de a palmo. La Bajada de San Francisco era un torrente por el que rodaban sin cesar las oleadas de gentío.

Mas al llegar a ella y cuando ya se disponía a comer del fruto prohibido surgió de entre los árboles un hombre, ¿qué diremos un hombre? ¡Un monstruo! Gastaba zamarra negra, sombrero ancho de fieltro. Las barbas le llegaban hasta el vientre. El color de su rostro era moreno aceitunado, la nariz ancha, los ojos atravesados y todo el conjunto espantable.

Concluía la anciana de referir a su hijo esta tradición, cuando se presentó ante ella un hombre, apoyado en un bastón, cubierto el cuerpo con un largo poncho de bayeta, y la cabeza por un ancho y viejo sombrero de fieltro. El extranjero era un joven de veinticinco años, y a pesar de la ruindad de su traje, su porte era distinguido, su rostro varonil y simpático y su palabra graciosa y cortesana.

Empecé como soldado de segunda clase; pero he hecho lo que he podido... Si fuese un asunto comercial, daría mi opinión: ¡pero en esto! Tal vez mi camarada... ¡Otro Martínez! Don Marcos olvidó al capitán del zapato de fieltro. Era el Lewis de la parte contraria. Toda su atención se concentró en el capitán de botas brillantes y junquillo juguetón.

Hace rato que lo sabría usted si me hubiese dejado hablar... Es la mujer del director de orquesta de la compañía de opereta: un rubio de cara granujienta, que se pasa día y noche en el café tomando bocks con los de su tropa. Buen colador; hay veces que los redondeles de fieltro se amontonan en su mesa como una columna... Y cuando no toma cerveza, admite whisky o lo que caiga.

Pues nada menos que igual en todo a los contrabandistas que, procedentes del campo de Gibraltar, se veían en el barrio de la Viña con harta frecuencia; me lo figuraba caballero en un potro jerezano, con su manta, polainas, sombrero de fieltro y el correspondiente trabuco.

Doña Lupe tenía una falda de diario con muchos y grandes remiendos admirablemente puestos, delantal azul de cuadros, toquilla oscura envolviendo el arrogante busto, pañuelo negro en la cabeza, mitones colorados y borceguíes de fieltro gruesos y blandos, tan blandos que sus pasos eran como los de un gato. El gabinetito era una pieza muy limpia.

Iban otros más de ciudadanos, y aunque menos brillantes, más viriles: llevaban un pantalón de azul oscuro y uno como gabán corto y justo, cerrado con doble hilera de botones de oro por delante: el sombrero era de fieltro negro de alas anchas, con un delgado cordón de oro, que caía con dos bellotas a la espalda.

La cabeza de Marcos Divès, con su ancho sombrero de fieltro, rígido por el frío, se inclinó en la sombra. ¿Qué hay, Marcos? ¿Qué noticias? ¿Has avisado a los de la sierra, a Materne, a Jerónimo, a Labarbe? , a todos. Pues no hay tiempo que perder; el enemigo ha pasado. ¿Ha pasado? ..., en toda la línea... He recorrido quince leguas por la nieve, desde esta mañana, para decírtelo. ¡Bien!