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Actualizado: 2 de junio de 2025
Demetria se dirigió en silencio al sitio de las herradas, tomó una y fué hacia la puerta. Pero antes de llegar se volvió, acercóse á Felicia que seguía sollozando, separó sus manos del rostro y estampó en él un largo y nuevo beso. ¿Llegaría por casualidad aquel beso al corazón? Sí, sí; no hay duda que llegó. D.ª Beatriz tuvo noticia de ello en seguida.
Aguardaba la noche y después de cenar y rezar el rosario y meter en la cama á los pequeños, se desplegaba solemnemente el documento y se leía en alta voz con igual calma y aparato que si fuese un rescripto imperial. Tratándose de las de Demetria, la tía Felicia protestaba, aunque tímidamente, del aplazamiento, pero no le valía de nada.
Porque ayer se ha acostado usted tarde y quería que descansase respondió Demetria besándole la mano. ¡Has mazado también, hija mía! ¿Para qué te has tomado ese trabajo? Yo lo hubiera hecho mientras te arreglabas. La tía Felicia, que era una mujer gruesa, mofletuda, sonrosada y tersa como si tuviese veinte años, creyó advertir algo extraño en el rostro de su hija.
Todo aquello no era más que envidia, cuentos y chismes que debía despreciar. Y en último resultado, aunque fuese, verdad ¿por qué se apuraba tanto? Lo de la Inclusa no tenía visos de ser cierto por ningún lado que se mirase. El tío Goro y la tía Felicia, siendo jóvenes y esperando todavía familia, no estaban necesitados en aquélla época á sacar de la Inclusa una niña para adoptarla.
Sin embargo, Demetria, que había oído rumor de conversación, bajaba ya la escalera. Al ver una señora se detuvo sorprendida. Hubo unos momentos de silencio. Aquellas tres personas se miraron sin despegar los labios. Al cabo Felicia con voz temblorosa dijo: Demetria, acércate... Esta señora viene á buscarte... Lo que te han dicho era la verdad... Aquí tienes á tu madre; yo no lo soy...
La pobre Felicia se echó á llorar sin responderle. Nolo dijo: Demetria ha desaparecido desde esta tarde y nadie sabe dónde se encuentra. ¿Sabes tú algo? No, no... yo no sé nada.. ¿Cómo quieres que sepa? respondió con agitación. El castañar donde fué por hoja no está lejos de aquí: pudieras bien haberla visto...
Su marido, con la inflexibilidad propia del hombre de ciencia, rechazaba toda ingerencia profana en los asuntos que atañían á la manifestación gráfica del pensamiento. Nolo también hubiera deseado ardientemente que se leyese en seguida, pero no se atrevió siquiera á proponerlo. Llegó por fin la noche de aquel día que á la tía Felicia y á Nolo les pareció el más largo del año.
El capataz se alzó del suelo con el rostro contraído y sin responder á nadie, seguido de sus hombres, se lanzó por la pendiente abajo en busca de la boca de la galería que se hallaba próxima al pueblo de Carrio. Un estremecimiento de terror corrió por aquella muchedumbre. Todos adivinaron algo terrible y los siguieron. Sólo la tía Felicia, Flora y algunas mujeres permanecieron en el prado.
El mancebo de los pantalones cortos, tan pronto como se acercó la niña, habíase retirado majestuosamente, proyectando con su nariz en las paredes una sombra gigantesca. ¡Ah! ¿Una habitación? Venga usted conmigo... Felicia, Felicia, ven a recoger la maleta de este caballero... Por aquí...
Entregó con absoluta indiferencia el fruto de sus amores y juró interiormente no verlo más en la vida. D. Félix, que se hallaba á la sazón en Oviedo, lo recogió y se encargó de llevarlo á criar á la montaña. Pero la casualidad hizo que sus convecinos el tío Goro y Felicia pudieran prohijar aquella desgraciada niña.
Palabra del Dia
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