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Actualizado: 2 de julio de 2025


Purificada. Demetria tardaba mucho en venir con la hoja. Felicia impaciente despachó al zagalillo que tenían para el ganado en su busca. Volvió diciendo que no la había visto por ninguna parte. Entonces la buena mujer hizo llamar á su marido, que estaba en la huerta, y le envió al castañar, ya con algún cuidado.

Más por complacerla que por esperanza de obtener resultado alguno, Nolo consintió en recorrer los montes que dominaban el castañar del tío Goro. Vagaron por ellos á la ventura sin tropezar ser viviente. Al cabo divisaron entre los árboles una luz. ¿Dónde estamos? preguntó Felicia que con la pena y tanto paseo se había mareado. Cerca de la cabaña de Pepa la Pura.

La mayordoma no osó preguntarle tampoco porque bien conocido tenía el genio altivo de las cuñadas de su señor. Cuando hubo cenado, antes de retirarse á descansar preguntó dónde se hallaba el pueblecillo de Canzana. Regalado y su esposa se lo explicaron. Informóse después de si habitaba en él un cierto sujeto llamado Gregorio que tenía por esposa una mujer llamada Felicia.

Acompañó en silencio hasta Canzana á la que pronto debía de ser su madre y se despidió de ella á la puerta de casa. ¿Cómo? ¡Eso no podía ser! Felicia quería á todo trance retenerle y que durmiese aquella noche en Canzana. Mañana al amanecer volvería para continuar la busca de Demetria. No fué posible á la buena mujer convencerle. Se despidió de él llorando y de este modo entró en la casa.

Cuando me contesten manden la carta á la posada de Felisa, en la Puerta Nueva, que allí la recogerá la muchacha. Adiós, queridos padres. Muchos besos, muchos, muchos. Un silencio profundo interrumpido solamente por los sollozos de la tía Felicia siguió á la lectura de esta carta. El tío Goro y Nolo quedaron largo rato inmóviles con la cabeza baja y mirando al suelo.

Había pasado todo el día sumida en profunda tristeza, llorando á ratos amargamente, haciendo, sin embargo, penosos esfuerzos por mostrarse serena á fin de no aumentar el dolor de la buena Felicia que estaba inconsolable. Lo que más contristaba á la zagala era que ésta perdiera aquella confianza maternal para tratarla y reprenderla.

Felicia se calmó; pero Demetria se quedó sin obtener respuesta satisfactoria á su pregunta. Anda, hija mía, á lavarte los ojos para que no conozcan que has llorado. Yo voy á hacer lo mismo. Arréglate también, que el tiempo pasa y habrá que vestir el ramo. Tu padre ya bajó á Entralgo... ¿Quién le quita á él su rato de tertulia en el atrio de la iglesia antes de entrar en misa?

Es verdad... Pues has llorado... Algo te pasó entonces en la calle... Cuéntamelo, hija mía... ¿No tienes confianza en tu madre? Y al mismo tiempo le pasó los brazos al cuello y la besó con efusión. Demetria se sintió enternecida y rompió á llorar perdidamente. Felicia quedó estupefacta. ¿Cómo? ¿Qué es esto?... ¿Qué te pasa, hija querida?

Felicia solía enviar á sus chicos á los castañares á buscar hoja para cubrir la pasta y echar el rescoldo encima. Demetria quiso hacerlo por misma esta vez, pues los chicos iban á perder la escuela. Salió á la tarde provista de una pequeña hoz de mango corto y se internó por los bosques de castaños que rodean á Canzana, buscando uno que era propiedad de su padre.

No estaban en la cocina más que Felicia hilando y Demetria concluyendo de limpiar la vajilla y colocarla en su sitio. ¡Calla!... ¿Ya tenemos quien nos ronque á la puerta? exclamó Felicia levantando la cabeza sorprendida y mirando á su hija con sonrisa maliciosa.

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