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Actualizado: 2 de julio de 2025
El semblante de Felicia se cubrió de intensa palidez. Sí señora, la conozco. No la había visto más que una sola vez en su vida y apenas había tenido tiempo para grabar sus facciones en la memoria. Pero ahora más que la memoria se lo decía el corazón. Me sorprende y me alegro de que usted me reconozca. No quise que nadie me acompañase desde Entralgo. Cuanta menos gente se entere, mejor.
¡Vámonos! ¡vámonos! exclamó Felicia cogiendo á su hija por el brazo. El tío Goro ya estaba allí también. Adiós, Nolo, hasta mañana. No: yo voy acompañándoles un rato hasta Canzana. Y seguido de sus compañeros se alejó del campo y fué dándoles escolta por la empinada cuesta que conducía al lugar. Demetria se alegró vivamente, se felicitó de que su amante estuviese picado con los de Entralgo.
El señor maestro de Entralgo tiene gran cabeza y ha aprendido mucho por los libros, pero es un carnero, Felicia, no lo dudes, es un carnero al par de los maestros de Gijón ó de Oviedo. La tía Felicia rendía al cabo su juicio débil ante el poderoso de aquel hombre superior, pero no lograba consuelo sino con las cartas que de vez en cuando recibía de su hija. No eran muy frecuentes.
El primer día se le echó de menos porque todos venía; pero el segundo causó verdadera sorpresa su ausencia. La tía Felicia tuvo miedo que se hubiera puesto enfermo y propuso enviar un recado á la Braña. Demetria se opuso: tenía el presentimiento de lo que había ocurrido. No se tardó mucho en que quedase confirmado. Un paisano que venía de Villoria les dijo que había visto á Nolo.
No, no... yo no la he visto... Yo estuve todo el día sallando el maíz ahí arriba... ¡No la he visto, no!... Si Nolo estuviera dotado de más perspicacia ó malicia no le hubiera pasado inadvertido el aturdimiento de la Pura. Pero nada echó de ver y cuando aquélla les invitó á descansar un momento aceptó y entraron. La tía Felicia tenía en verdad necesidad de reposo.
Al acercarse á su choza pudieron verla al través de la puerta entreabierta. Estaba lavando la pobre escudilla en que había cenado y disponiéndose para acostarse en el mísero camastro que ocupaba la mitad de su vivienda. Felicia la llamó. ¿Quién va?-preguntó ella sin mostrar susto alguno y dirigiéndose á la puerta. ¡Ah, eres tú, Felicia!... ¡y tú también, Nolo!... ¿Qué viento os trae por aquí?
Palabra del Dia
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