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Actualizado: 2 de junio de 2025


Demetria, abre y dame un poco de agua, que tengo sed y estoy rendido dijo Nolo con vozarrón de falsete. ¡Pobrecillo! ¿Por qué no le hemos de abrir? exclamó Felicia. Y levantándose de su tajuela y con la rueca sujeta á la cintura á guisa de lanza, se dirigió á la puerta y la abrió. ¡Nolo!... Pero ¿eres ?... ¡Cómo habíamos de pensar!...

Y la buena mujer, con el rostro contraído por el asombro y el dolor, le sacudía la mano para instarla á que hablase. Al fin, con voz entrecortada por los sollozos, Demetria habló: Me han dicho que no soy... que no soy hija de usted... que soy del hospicio. Lo mismo que le había pasado á su hija poco antes, toda la sangre de la buena Felicia fluyó al corazón.

La miró con fijeza y profirió asustada: ¡ has llorado! Llorar, ¿por qué? Felicia la tomó por la mano, la condujo hasta el corredor y repitió con más fuerza: , : has llorado. No, madre, no: se engaña usted respondió Demetria sonriendo. No me lo niegues, hija. ¿Te ha regañado tu padre? ¿Mi padre? replicó la zagala con asombro. Mi padre no me regaña nunca.

»Paucis post annis theatra adsurgebant Riquelmae, adolescenti pulchrae, aprehensiva tam forti praeditae, ut inter loquendum vultus colorem cum omnium admiratione mutaret: nam si in theatro fausta et felicia narrarentur, roseo colore suffusa auscultabat; si autem aliqua infausta circunstantia intercurreret, illico pallida reddebatur. Et in hoc erat unica, quam nemo valeret imitari.

Felicia en vez de responder rompió á llorar hilo á hilo como su hija, de tal modo que ésta se vió al cabo necesitada á consolarla. ¡Nunca pensara, Demetria, que me habías de dar un disgusto tan grande! articulaba entre sollozos que la rompían el pecho. Demetria atribulada la besaba y la abrazaba con anhelo. Perdóneme, madre... yo no quería disgustarla... ¡No llore, madre, no llore!

Mientras tanto la tía Felicia había despachado á toda prisa al zagal á la Braña, sospechando que hubiera podido ir á hablar con Nolo.

Todas las comadres hablaban á un tiempo y nadie se entendía. Dentro se hallaba la tía Felicia hecha un mar de lágrimas. Á su lado estaba Flora hecha un mar mucho mayor aún. Y era cosa en verdad que impresionaba ver llorando á aquella criatura traviesa y vivaracha, nacida para la risa. Ni ella ni tía Felicia querían aceptar el supuesto de que Demetria se hubiera fugado.

Estaban cogidas de la mano y se hablaban con extraordinario afecto, abstraídas enteramente de la algazara que en torno suyo reinaba. La primera se llamaba Demetria: era de Canzana, hija de la tía Felicia, que allí se encontraba sentada con otras mujeres, y del tío Goro, que fumaba tranquilamente su pipa departiendo con algunos vecinos. La segunda se llamaba Flora: era de Lorío: no tenía padres: vivía con sus abuelos, molineros y colonos del capitán, á quien éste otorgaba bastante protección. Mantenía desde muy niña amistad con D.ª Robustiana, y tanto por esto como por la que á sus abuelos profesaba D. Félix, solía pasar algunas temporadas en Entralgo. Demetria á pesar de su estatura no tenía más que quince años. Flora había cumplido ya diez y ocho. Ni la diferencia de edad ni la oposición de caracteres habían impedido que estuviesen unidas por tiernísima amistad. Tal vez el contraste mismo de su naturaleza la favoreciese. Flora aprovechaba cuantas ocasiones se le presentaban para subir á Canzana y visitar á Demetria.

Era necesario prevenir á Felicia que aún dormía. El tío Goro subió las escaleras y la llamó diciéndole que se vistiese de prisa, que la necesitaba. Pero Demetria no esperó á que bajase: en cuanto oyó sus pasos en la sala sin poder contenerse subió la escalera gritando: ¡Madre! ¡madre! La buena mujer cayó en sus brazos. ¡Madre! ¡madre! ¡madre! ¡Ya estoy aquí! ¡Madre! ¡madre! ¡madre!

Acercóse á la puerta, que como de costumbre en el campo estaba abierta, y manifestó su presencia con el saludo tradicional, exclamando en alta voz: ¡Ave María Purísima! Sin pecado concebida respondió desde arriba Felicia bajando acto continuo. Al encontrarse enfrente de la dama fué grande su sorpresa. ¿Me conoce usted? preguntó D.ª Beatriz con lacónica severidad.

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