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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Eso quiere decir que vuestra majestad le cree digno del hábito por sus hechos, como el gran don Felipe II le creyó digno de él por ser hijo de quien era. Pero esto no estorba para que le prendamos. No; pero vuestra majestad no le debe prender. Dad, dad acá esa cédula dijo el rey. Lerma sacó un papel arrollado y le extendió delante del rey. Ahora dijo Felipe III necesito firmar otros dos papeles.
El efecto de estos versos fue instantáneo. Pep, en la densidad de su pensamiento espeso, vio flotar algo como una chispa de fuego, una luminosa adivinación, y extendió las manos imperativamente, al mismo tiempo que se incorporaba: ¡Prou!... ¡prou! Pero era ya inútil que gritase «¡bastante!» Un bulto se interpuso entre él y la luz del candil: el cuerpo de Febrer, que se había erguido de un salto.
Allá en un rincón el médico de cabecera escribía una receta. Al divisar a su hija, la duquesa volvió los ojos hacia ella con expresión de ansiedad y extendió una mano para llamarla. Acércate, hija mía dijo con voz bastante clara.
Eulalia huyó de la habitación lanzando gritos espantosos, y Carlos perdió el conocimiento. Cuando algún tiempo después volvió en sí, la lámpara ya no brillaba y no le quedaban, de lo que había pasado, más que ideas vagas e inciertas, como las ilusiones de la noche. Extendió los brazos a tientas y tropezó con un cuerpo inmóvil y frío.
Observando entonces que su tía le miraba, extendió la mano para llamarla, y le dijo: «Tía, pase usted... Aquí no hablamos en secreto. También usted será conmigo en la inmensa... en la inmensa y dolorosa propaganda... Por cierto que no me explico, que no sé cómo ustedes dejan entrar aquí a ese materialista...». ¡Don Francisco...!, hijo, ¿pues qué mal puede hacerte?
En cuanto a Yégof, sentose en el viejo sillón de cuero, detrás de la estufa, extendió las piernas, como si estuviera en un trono, y paseando a su alrededor la mirada con imperio, exclamó: Vengo de Jéromé directamente para concertar contigo un matrimonio, Hullin. No ignoras que me he dignado fijar los ojos en tu hija, y vengo a pedírtela para que sea mi mujer.
La Esfinge, implacable, trató de ennegrecerla y ahondarla todavía más. Su marido se lo impidió con una mirada que tuvo toda la fuerza de un discurso para su corazón de madre. Ángel se levantó aturdido y mudo para retirarse de allí, y al mismo tiempo extendió el brazo para recoger el retrato de Luz, que estaba sobre la mesa.
Después, haciendo una mueca de fingido desdén, se lo alargó otra vez diciendo: Toma, toma, embustero. Pero antes de llegar a manos de Gonzalo, Cecilia extendió la suya y se lo arrebató riendo. ¿Qué papelitos son ésos? Venturita, como si la hubieran pinchado, brincó en el asiento y sujetó fuertemente la muñeca de su hermana.
Creyó que una desconocida lengua le gritaba: «¡Estúpido, vaya unas cosas que enseñas a tu hija...!». Extendió la mano para detener al cochero y decirle que volviera a la calle de Tabernillas; pero antes de realizar aquel propósito, cesó la trepidación que en su alma había sentido, y todo quedó en reposo... «¡Qué debilidades! pensó ; estas son chocheces y nada más que chocheces... ¿Pues no se me ocurrió volver allá para desdecirme?
Hubo un momento en que tembló toda, como á la sensación imprevista de un frío agudo. Estos confites son muy buenos dijo ; probémoslos antes de beber. Y tomó la pera envenenada. Al tomarla miró á don Juan y pasó por sus ojos algo horrible. Toma le dijo, y le mostró la confitura. Don Juan extendió la mano.
Palabra del Dia
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