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Este bardo argentino dejó a un lado a Dido y Arjea, que sus predecesores los Varelas trataron con maestría clásica y estro poético, pero sin suceso y sin consecuencia, porque nada agregaban al caudal de nociones europeas, y volvió sus miradas al desierto, y allá en la inmensidad sin límites, en las soledades en que vaga el salvaje, en la lejana zona de fuego que el viajero ve acercarse cuando los campos se incendían, halló las inspiraciones que proporciona a la imaginación el espectáculo de una naturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada; y entonces el eco de sus versos pudo hacerse oír con aprobación aun por la península española.

Pide un prólogo a Cañete, y este señor, que jamás se niega a tales cosas, dice al frente del libro en lenguaje castizo que hay en él composiciones muy lindas, y las cita; que el autor muestra por lo general mucha «elegancia, donaire y estro», y que el joven mosquito, si no se desgracia, llegará a ser un moscón insigne.

A fin de decir, sin emplear muchas, algo digno de esta mujer, sería necesario, aunque fuese en grado ínfimo, poseer una sombra siquiera de aquella inspiración que la agitaba y que movía al escribir su mente y su mano; un asomo de aquel estro celestial de que las sencillas hermanas, sus compañeras, daban testimonio, diciendo que la veían con grande, y hermoso resplandor en la cara, conforme estaba escribiendo, y que la mano la llevaba tan ligera que parecía imposible que naturalmente pudiera escribir con tanta velocidad, y que estaba tan embebida en ello que, aun cuando hiciesen ruido por allí, nunca por eso lo dejaba ni decía la estorbasen.

Estaba poseído de un estro impío, y fue la primera musa de esa gárrula poesía progresista que durante muchos años atontó a la juventud, persuadiéndola de que la libertad consiste en matar curas. ¡A leer, a leer! gritaron seis o siete voces. ¿Has acabado el párrafo del <i>cristianismo</i>? Calma y no me vuelvan loco dijo Gallardo sacando unos papelotes . No se puede ir tan aprisa.

Do quiera, hasta en los días de algaradas Era Rizal artista en las veladas. Siempre sus poesías Eran una escultura, O luciente pintura, De sublimes, vibrantes melodías Que por los mares y hasta por los aires Transportaba, en patrióticos donaires, Su artístico altar de estro divino, Del suelo filipino Amor de sus amores, Búcaro inmenso de orientales flores.

Si en unos la afasia excluye toda clase de dolor, en otros la superficie alborotada de su ser manifiesta indecibles tormentos... ¡Y considerar que aquella triste colonia no representa otra cosa que la exageración o el extremo irritativo de nuestras múltiples particularidades morales o intelectuales... que todos, cuál más, cuál menos, tenemos la inspiración, el estro de los disparates, y a poco que nos descuidemos entramos de lleno en los sombríos dominios de la ciencia alienista!

Y en aquel estímulo ponzoñoso había, como en el estro de los poetas, la eficacia de revestir de imágenes lo pensado, prestándoles movimiento y vida y poblando y animando con ellas el ambiente de nieblas que a Morsamor circundaba. No, no era arco triunfal el que acababa de erigir y por donde gloriosamente se entraba en la edad moderna.

La pompa es magnífica, muy patética y de mucho artificio... pero yo no cambiaría por ella tu Golpe de viento... Tristán se puso rojo, no sabemos si de vergüenza o de placer; acaso de ambas cosas a un tiempo. ¡Hombre, por Dios, no desbarres! Yo no te diré que tenga tanto estro y tanto número. Rojas es único para el número en España... Pero prefiero la tuya porque tiene más variedad de tropos...

Ajústeme usted tales medidas, digo yo ahora; y perdónese lo vulgar de la frase. ¿Cómo compaginar que los poetas son la luz del mundo, nuestra guía y nuestro faro, y que son al mismo tiempo locos? Todo se entiende si consideramos la tal locura como frenesí divino, como furor sagrado que el estro infunde, clavando su aguijón agudo en el pecho del vate.

Tan rico es nuestro tesoro en tradiciones poéticas, como el de cualquier otro pueblo; inmediatamente después de aquel gran ciclo poético, que comprende á los Nibelungen y al Heldenbuche , que tanto nos enorgullecen por considerarlas obras verdaderamente nacionales, vienen las sublimes fábulas del emperador Carlomagno, del Santo Graal y de la Tabla Redonda, tantas otras que han vivido identificadas con nuestro pueblo, y hasta muchas tradiciones interesantes que han estimulado el estro poético español, conocidas también de nuestros antepasados; por último, también la historia alemana ofrece al dramático los más ricos y poéticos materiales.