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Actualizado: 16 de noviembre de 2025


909 Decían que por un delito mucho tiempo anduvo mal; un amigo servicial lo compuso con el Juez, y poco tiempo después lo pusieron de Oficial. 910 En recorrer el partido continuamente se empleaba; ningún malevo agarraba, pero traia en un carguero gallinas, pavos, corderos que por ahi recoletaba. 911 No se debía permitir el abuso a tal estremo.

Esta nacion ha llevado hasta el estremo las medidas restrictivas de la estraccion de los pesos españoles de su imperio, marcando cuantos entran en él con tanto número de contraseñas, que desfigurados y desconocidos, no pueden ya volver á ser estraidos para el cambio esterno.

ABIND. ¡Cuánto se te muestra franco El cielo, hermoso jardín! Bella guirnalda he tejido, Ciña mis dichosas sienes. Póngase la guirnalda. JARIFA. Galán por estremo vienes. ABIND. Y coronado y vencido. JARIFA. Muestra, pondrémela yo, ¿Qué te parece de ? ¿No estoy buena? ABIND. Mi bien, . JARIFA. ¿Soy tu hermana? ABIND. Mi bien, no; Y en lo que os quiero me fundo. JARIFA. Dime ya tu parecer.

Es tan limpia que, por no ensuciar la cara, trae las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todo esto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a no faltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre las más bien formadas.

En estremo valientes, atrevido», emprendedores, industriosos, francos y leales, eran estos indígenas los guerreros mas temidos por las otras naciones: sus armas consistian en el arco y las flechas; manejaban tambien la lanza, y marchaban al combate organizados en falanges capitaneadas por gefes especiales.

Y con él GASPAR DE AVILA, primero Sequáz de Apolo, á cuyo verso y pluma, Iciar puede envidiar, temer Sincero. Llegó JUAN DE MEZTANZA, cifra y suma De tanta erudicion, donaire y gala, Que no hay muerte, ni edad que la consuma. Apolo le arrancó de Guatimala, Y le truxo en su ayuda para ofensa De la canalla en todo estremo mala.

Con todo eso, se detuvieron como media hora, al cabo del cual espacio volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno, señal que les hizo imaginar que don Quijote se quedaba dentro; y, creyéndolo así, Sancho lloraba amargamente y tiraba con mucha priesa por desengañarse, pero, llegando, a su parecer, a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso, de que en estremo se alegraron.

Y , ¡oh estremo del valor que puede desearse, término de la humana gentileza, único remedio deste afligido corazón que te adora!, ya que el maligno encantador me persigue, y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos, y para sólo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago, la humildad con que mi alma te adora.

-Es liberal en estremo -dijo don Quijote-, y si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascua: yo la veré, y se satisfará todo. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? Y si no fuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballeros andantes unos a otros, como se socorren a cada paso.

Quiso ver el emperador aquel famoso templo de la Rotunda, que en la antigüedad se llamó el templo de todos los dioses, y ahora, con mejor vocación, se llama de todos los santos, y es el edificio que más entero ha quedado de los que alzó la gentilidad en Roma, y es el que más conserva la fama de la grandiosidad y magnificencia de sus fundadores: él es de hechura de una media naranja, grandísimo en estremo, y está muy claro, sin entrarle otra luz que la que le concede una ventana, o, por mejor decir, claraboya redonda que está en su cima, desde la cual mirando el emperador el edificio, estaba con él y a su lado un caballero romano, declarándole los primores y sutilezas de aquella gran máquina y memorable arquitetura; y, habiéndose quitado de la claraboya, dijo al emperador: ''Mil veces, Sacra Majestad, me vino deseo de abrazarme con vuestra Majestad y arrojarme de aquella claraboya abajo, por dejar de fama eterna en el mundo''. ''Yo os agradezco -respondió el emperador- el no haber puesto tan mal pensamiento en efeto, y de aquí adelante no os pondré yo en ocasión que volváis a hacer prueba de vuestra lealtad; y así, os mando que jamás me habléis, ni estéis donde yo estuviere''. Y, tras estas palabras, le hizo una gran merced.

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