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Actualizado: 5 de junio de 2025


¡Usted siempre estorbando, Luis! A nadie más que a usted, María Josefa respondió el joven, riendo con afectación para disimular el embarazo que aún sentía. ¿Está usted seguro de que a sola? preguntó ella alzando al mismo tiempo su mirada maliciosa hacia el caballero que la estrechaba en sus brazos.

Entonces murió el viejo: heredóle su hijo don Baltasar, padre de Salomé; y con ésta, cuya belleza era notable, había formado el padre proyectos matrimoniales que remediaran la ruina que ya le amenazaba. El pleito comenzaba á aparecer formidable, siniestro, terrible, como un monstruo de múltiples miembros; habíase apoderado de la casa, la estrechaba, la devoraba, la consumía.

Hasta la pobre criaturita que Ester estrechaba contra su seno parecía afectada por la misma influencia, pues dirigió las miradas hacia el Sr. Dimmesdale y levantó sus tiernos bracillos con un murmullo semi-placentero y semi-quejumbroso.

El círculo en que le tenían se estrechaba cada vez más; el desdichado joven vió cien manos sobre su cuerpo; se sintió cogido, como si una culebra se le enroscara echándole fuertes nudos y apretándole en sus robustos anillos. El vocerío, el calor, la angustia, la vergüenza, le aturdieron hasta el punto de hacerle perder la claridad del conocimiento.

Tres mil francos mensuales: ¿qué podía hacer con esto una persona decente?... Deseoso de reducirle, estrechaba el cerco, interviniendo directamente en la administración de su casa para que doña Luisa no pudiera hacer donativos al hijo. En vano se había puesto en contacto con varios usureros de París, hablándoles de su propiedad más allá del Océano.

Todos los días encontraba rostros conocidos que no había visto en mucho tiempo: estrechaba manos, devolvía saludos. «¡Usted aquí!...» El cañón disparado sobre París á fabulosas distancias poblaba los salones de juego con una muchedumbre de buen aspecto, casi tan numerosa como la de los años tranquilos.

La condesa, que se estrechaba, muerta de susto y vergüenza, contra su amante, le encontró desconocido. Huye, huye, por Dios, Pedro dijo Laura con voz temblorosa. , pero conmigo. Yo no puedo huir... Tengo hijos... Además, te serviría de estorbo... ¿Y si pone la mano sobre ti?

Estrechaba efusivamente las manos tendidas hacia ella, y luego se limpiaba el sudor de su frente, diciendo con voz lánguida: Voy á morir. La emoción... la fiebre del arte... Me han matado ustedes al obligarme con sus ruegos insistentes á recitar mis versos. Miró á un lado y á otro como si buscase á Robledo, y al descubrirle, fué hacia él. Déme su brazo, héroe, y pasemos al buffet.

En todas partes el sombrero flamante y reluciente de Patiño se agitaba en el aire declarando la ardiente y respetuosa pasión de su dueño. Estrechaba después el cerco intimando en la casa, trayendo confites a los niños, comprándoles juguetes y libros de estampas, llevándoles alguna vez a almorzar. Se hacía querer de los criados con regalos oportunos.

Y la pobre Feli, haciéndose la temible, se apretaba contra Isidro, le estrechaba en sus brazos, frotaba su cara en uno de sus hombros, le acariciaba el cuello con el raso de sus labios. Sentíanse invadidos los dos por una dulce laxitud, por un deseo de descansar en algo más sólido que las frágiles sillas... ¡A dormir! Pero no durmieron: no tenían sueño.

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