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Actualizado: 5 de junio de 2025


A más que por la expresión de su semblante, el estado físico y moral del joven se revelaba para Dorotea en el ardor febril de sus manos, que estrechaba una de las suyas, y en el temblor leve y sostenido de su cuerpo. Dorotea era entonces feliz. Durante algún tiempo, sólo se hablaron con la mirada lúcida y fija, y con la involuntaria y expresiva presión de las manos.

Su mano, que era suave y ágil, rápida y diestra en el ejercicio de la caridad, estaba animada por una vida pródiga de misma; era una mano larga, flexible, fresca como una hoja; él, cuando la estrechaba, sentía en realidad la frescura de una hoja lozana.

De esta suerte, tamborileando y andando con paso marcial, avanzaba delante del doctor y de Petrov, que, inconscientemente, seguían el compás. Petrov se estrechaba contra el doctor y miraba con ansia, volviendo la cabeza, la bandada de grajos en el cielo frío y a cada momento más obscuro. ¡Tam-tara-ta-tam! ¡Tam-tara-ta-tam!

Don Diego la miraba con complacencia cuando estrechaba entre sus brazos a aquel pequeño gnomo bronceado. Y se regocijaba al observar que la mueca hereditaria de los Villanera no daba miedo a su mujer. Todas las noches, a las nueve, los señores y los criados se reunían en el salón para rezar en común. La vieja condesa se mostraba muy apegada a esta costumbre religiosa y aristocrática.

Pero, aunque no lo manifestase, estas visitas le turbaban. Únicamente cuando traían a su hijo olvidábase de la obra que tenía entre las manos, como del resto del mundo; lo estrechaba contra su corazón, lo besaba con frenesí y parecía que de aquel contacto mágico sacaba nuevas fuerzas y nueva inspiración. Una tarde Rivera y Carlota llegaron al taller.

Mientras Guimarán estrechaba la mano enguantada del Provisor, este, sin poder traer su pensamiento a la realidad presente, seguía saboreando la escena de dulcísima reconciliación en que acababa de representar papel tan importante. «¡Ana era suya otra vez, su esclava! ella lo había dicho de rodillas, llorando.... ¡Y aquel proyecto, aquel irrevocable propósito de hacer ver a toda Vetusta en ocasión solemne que la Regenta era sierva de su confesor, que creía en él con fe ciega!...». Al recordar esto, con todos los pormenores de la gran prueba ofrecida por Ana, don Fermín sintió que le temblaban las piernas; era el desfallecimiento de aquel deleite que él llamaba moral, pero que le llegaba a los huesos en forma de soplo caliente.

Casi de los primeros que a ellas bajaron fueron D. José María Malespina y su hijo. Mi primer impulso fue ir tras ellos siguiendo las órdenes de mi amo; pero la imagen del marinero herido y abandonado me contuvo. Malespina no necesitaba de , mientras que Marcial, casi considerado como muerto, estrechaba con su helada mano la mía, diciéndome: «Gabriel, no me abandones».

Véase el estudio especial titulado Armamento de las carabelas de Colón, inserto en esta memoria. Véase igualmente el estudio Instrumentos de que se sirvió Col en sus viajes. El timón era recto, de pala ancha que se estrechaba hacia la parte superior con dos escalones.

Cuando su mujer salía a abrirle y le enseñaba su dentadura, semejante al teclado de un piano, y lo blanco de sus ojos, grande como un plato, cuando se estrechaba contra él, el pobre experimentaba una repulsión invencible y pensaba, con un dolor cruel, en los seres dichosos que tenían mujeres blancas y niños blancos. ¡Querida mía! decía.

Y al despedirse, mientras Azorín estrechaba la mano de Pepita, esta mano tan blanca, tan carnosita, tan suave, con sus hoyuelos, con sus uñas combadas, Pepita ha dicho: ¿Me escribirá usted, Azorín? Y Azorín ha contestado que , que que le escribirá a Pepita una carta muy larga desde París, contándole las andanzas de su cuerpo y las terribles perplejidades de su espíritu.

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