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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Ya le iba a dar las gracias don Quijote, cuando sintieron a sus espaldas un ruido como de tropel de caballos, y no era sino un solo, sobre el cual venía a toda furia un mancebo, al parecer de hasta veinte años, vestido de damasco verde, con pasamanos de oro, greguescos y saltaembarca, con sombrero terciado, a la valona, botas enceradas y justas, espuelas, daga y espada doradas, una escopeta pequeña en las manos y dos pistolas a los lados. Al ruido volvió Roque la cabeza y vio esta hermosa figura, la cual, en llegando a él, dijo: -En tu busca venía, ¡oh valeroso Roque!, para hallar en ti, si no remedio, a lo menos alivio en mi desdicha; y, por no tenerte suspenso, porque sé que no me has conocido, quiero decirte quién soy: y soy Claudia Jerónima, hija de Simón Forte, tu singular amigo y enemigo particular de Clauquel Torrellas, que asimismo lo es tuyo, por ser uno de los de tu contrario bando; y ya sabes que este Torrellas tiene un hijo que don Vicente Torrellas se llama, o, a lo menos, se llamaba no ha dos horas.
Era peligroso seguir allí y hundí otra vez las espuelas en los ijares de mi caballo, a la vez que clavaba mi espada en el pecho del rufián que tenía delante. La bala de su revólver me rozó una oreja; tiré de la espada, pero no pudiendo arrancársela del cuerpo la solté y salí a escape en seguimiento de Sarto, a quien divisé en aquel momento a unas veinte varas de distancia.
Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto, de manera que, dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quijote, corrido y afrentado, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote, y Sancho, el de su rucio.
El único rumor que turbaba el profundo silencio de nuestro regimiento, donde hasta los caballos parecían contener el aliento y explorar el campo con atónitos ojos, era un ligero y casi imperceptible son metálico producido por las estrellas de las espuelas. Aquel temblor de piernas es un accidente que la caballería observa siempre en el comienzo de toda batalla.
Un momento nos bastó para cubrir las cabezas de los caballos con nuestras capas y después apuntamos al Duque y su compañero con nuestros revólvers. De habernos descubierto los hubiéramos matado allí mismo, o hécholos prisioneros. ¡A Zenda, pues! exclamó por fin Miguel y clavando las espuelas a su caballo lo lanzó al galope.
Salían de casa a la hora en que correteaban por las calles los grupos de criadas, con sus faldas almidonadas y al cuello el ondeante pañuelito de seda, seguidas por los soldados de caballería, de escandalosas espuelas, torpe paso y embarazados por el sable, como si fuese un pesado garrote. Sus diversiones eran siempre las mismas.
Animado, no obstante, de una esperanza loca, volvió corriendo a las cuadras, sacó su hermoso caballo de silla, y, poniéndole un freno, saltó sobre él en pelo, y se lanzó igualmente a escape por la carretera de Nieva. No llevaba espuelas ni látigo, mas el bravo animal obedeció a su voz, mejor dicho, a sus rugidos, y tomó un escape violentísimo. Los ojos del caballo veían el camino.
Intenté hacerle avanzar, clavándole impíamente las espuelas; el noble animal, comprendiendo sin duda la inmensidad de su deber y tratando de sobreponerle a la agudeza de su dolor, dió algunos botes; pero cayó al fin, escarbando la tierra con furia.
Y apoyó vigorosamente sus espuelas en los flancos del caballo que dio una violenta sacudida. Entonces el animal se enderezó bruscamente y dio un salto tan prodigioso, que los dos alguaciles rodaron por el suelo... ¿Que quién soy?... ¡soy el gitano, el bohemio, el maldito, el condenado, si usted lo prefiere, digno alcalde!
Juan guarda silencio, y Gertrudis le pasa fuertemente el cepillo por la espalda. Apuesto cualquier cosa a que todavía no os habéis besado. Gertrudis deja caer de pronto el cepillo. Juan dice: «¡hum!» y se entrega afanosamente a la tarea de hacer girar a lo largo del cepillo de hierro que hay delante de la puerta una de las rosetas de sus espuelas. ¡Es preciso! ¡Vamos!
Palabra del Dia
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