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El mío, un rubio, tuerto, sabanero, como lo indicaba su tipo, especie de letrero para la gente del camino, de la que me informaba más tarde sobre su destino, pues acabó por perdérseme; mi sirviente, repito, montaba una mulita baja, escueta, regañona, canalla, ¡y el sabanero no llevaba espuelas!

La señorita Margarita frunció sus negras cejas y se sentó haciendo un signo con la mano, como para rechazar toda responsabilidad, en la catástrofe inminente que preveía. Si necesita usted espuelas, tengo un par á su servicio agregó entonces el señor de Bevallan que decididamente pretendía que yo no volviese.

En otra salida de la morisma, el choque era tan furioso, que cejaban los italianos, seguían su ejemplo los alemanes, y el Emperador, rojo de cólera al ver en fuga a sus soldados favoritos, desenvainaba la tizona, pedía su estandarte, metía espuelas al trotón y gritaba al brillante séquito de caballeros que le seguía: «¡Arriba, señores!

A las tres y media Federico se alzó sobre sus estribos y lanzó una exclamación. Al través de rasgadas nubes brillaban las estrellas, y frente a él, más allá de la llanura, se alzaban dos agujas, dos astas de banderas y una silueta de objetos negros escalonados. Federico sacudió sus espuelas y blandió su riata.

Frescas por el corto descanso y mecidas por la dulce ilusión de alcanzar presto el pesebre, corrían las jacas sobre el campo con creciente brío sin ayuda de espuelas. Ellos, con el corazón henchido aún por la suavidad que aquellos instantes felices habían dejado en él, sonreían vagamente, aspiraban con deleite el aliento embalsamado del crepúsculo.

Un capitán de lanceros, muy gordo y rubicundo, bajaba de la Puerta del Sol, pisando muy fuerte, con las espuelas y las polainas manchadas de cieno, calada la corta capota azul con vueltas blancas.

Antes que se hubiera alejado muchos pasos una piedra hirió á su potro y lo hizo botar, otra le hirió á él en la espalda y á entrambos lados cayó una nube de ellas. El capellán, encomendándose de todo corazón al Santo Cristo de Tanes, hincó las espuelas al caballo y logró ponerse en poco tiempo fuera de tiro. Los mineros, riendo de su hazaña, siguieron hasta Entralgo.

Veamos: un hongo claro... Bien, me parece muy bien. A buen gusto nadie le gana. Botas altas... ¡Hombre, qué elegantes! Vaya un pie: ya querrían muchas mujeres... Corbatas: dos, tres... Mira, Obdulia, qué bonita esta verde con motas amarillas. Un cinturón que parece un corsé faja. Bueno debe de ser esto para evitar que crezca el vientre... Y esto ¿qué es?... ¡Ah! espuelas.

Aquellos hombres de guerra, que traían en sus botas lodo reseco de los más diversos países, eran, según el blasón de Isabel y Fernando, el haz de flechas y el yugo del orbe. Uno que otro meditaba los presagios de decadencia; pero los más curábanse mayormente del color de una pluma o del rumor de las propias espuelas. Otras veces llegábale el turno a los teólogos.

Se conoce que estoy de muy mal humor, en que he ido a meterme con botas y espuelas bajo la jurisdicción o en la jurisdicción del señor fiscal de imprenta. Por lo mismo, y para evitar una cornada, tomemos de nuevo el olivo de la bella literatura. Esto es: levantemos ante el señor fiscal, como en señal de paz, un ramo de oliva.