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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Ramona vió de pronto con horror un rostro pálido donde brillaban dos ojos airados de loco. Pablito escuchó detrás una voz estridente que gritaba: ¡Toma, bribón! Y al mismo tiempo sintió un fuerte topetazo en la espalda. Volvióse rápidamente. Vió el semblante desencajado, fatídico, de Valentina, la cual blandía en la mano derecha un arma. El joven comprendió que estaba herido de muerte.
Podeley, libre hasta entonces, sintióse un día con tal desgano al llegar a su viga, que se detuvo, mirando a todas partes qué podía hacer. No tenía ánimo para nada. Volvió a su cobertizo, y en el camino sintió un ligero cosquilleo en la espalda. Sabía muy bien qué eran aquel desgano y aquel hormigueo a flor de estremecimiento.
A poco de pasar el viajero el pequeño puente de madera de Asang, y dejar á su espalda la tajada roca, por cuyo granítico plano vierten los vecinos montes cristalinas aguas, que la previsión del natural detiene en tanques de piedra, se divisan las primeras casas de la ciudad de Agaña, presentando su entrada una espaciosa calle formada en su mayoría de pequeños edificios de tabla y teja, entre los cuales sobresalen algunos de piedra y otros de cogon y palma.
Debajo de un tendejón yacían algunos carros. En una caseta de madera, toscamente labrada, estaba amarrado un enorme mastín que quiso romper la cadena dando furiosos saltos por venir a acariciarle. Allá en el otro extremo, cerca de la puerta enrejada que comunicaba con el jardín, la vio, en efecto, con la frente pegada a las rejas, contemplando las flores. Estaba de espalda.
Clara le miró con asombro unos instantes y luego se encogió de hombros. El marquesito vino gozoso a traerle una linda flor de un azul muy vivo. ¡Esta sí que es hermosa! Hasta ahora no he hallado otra mejor. Clara tomó la flor, pero en cuanto el marquesito volvió la espalda para ir en busca de otras, Tristán se apoderó de ella y la dejó caer al suelo.
Dicho esto, la coja le ponía suavemente la mano en la espalda, empujándola hacia adelante. En el patio tuvo que cogerla por un brazo, porque quería subir de nuevo. «Si no te hacen caso, estúpida le dijo , si no eres tú la que hablas sino el demonio que te anda dentro de la boca. Cállate ya por amor de Dios y no marees más».
Es un fenómeno de autosugestión que casi todos hemos podido comprobar alguna vez. Cuando nos hallamos temerosos o profundamente convencidos de que se ha de decir una cosa, llevamos mucho adelantado para oírla aunque no se diga. Una rabia insensata le mordió en las entrañas. De buena gana les hubiera tocado en la espalda para decirles: «¡Aquí estoy yo!» y estuvo a punto de hacerlo, pero se contuvo.
No es tampoco D. Pedro dijo Amaranta riendo con sus sesenta años a la espalda, hombre a propósito para una mujer fresca y lozana como usted, amiga mía.
Lo que extraño mucho es que se sepa ya, y aun que ande escrita y parlada, la orden del día que di en la Amezcoa, mandando fusilar a los que vuelvan la espalda, a los que pronuncien voces subversivas y a los que no acudan a los puestos de peligro.... Esta idea, que hace tiempo tenía yo y que acabo de poner en ejecución, será la clave de esta gran guerra y la base sobre que se forme el más temido y belicoso ejército que han visto las naciones.
SOLDADO. Bastan para atacar la puerta si nos ayudan los de fuera. RUIZ. Dices bien. SOLDADO. Vamos. SOLDADO. ¿Temes? RUIZ. ¡Yo!... No; pero queda mi señor todavía en el convento. SOLDADO. ¡Diablo! Ya... pero es cosa de un momento; un ataque imprevisto por la espalda y por la frente ... después ya no corre peligro. RUIZ. Vamos. LEONOR y MANRIQUE MANRIQUE. Alienta; en salvo estamos. LEONOR. ¡Ay!
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