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Actualizado: 8 de junio de 2025


Aún no se dió por bien satisfecha la crueldad de los bárbaros, por lo cual, poco después, temerosos de que viniesen á castigar su infame traición los cristianos de la Concepción, enviaron allá espías que observasen los movimientos de los fieles; y encontrando fuera de poblado alguna gente, mataron á un indio y apresaron y llevaron dos mujeres, lo que causó tal espanto en el pueblo de la Concepción, que todos se iban huyendo por los bosques como si estuviesen ya á las puertas los enemigos, por lo cual le fué necesario al P. Juan de Benavente suplicar al gobierno de Santa Cruz de la Sierra que pusiese freno al atrevimiento y ferocidad de los Puyzocas.

¡Oh, eso está por ver! repuse con arrogancia. Vamos, parece que hoy está Vuestra Majestad de mal humor. ¿Cómo van los amores? ¡Silencio! exclamé. Me contempló por un momento y encendió su pipa. Tenía razón al decir que estaba yo de un humor insufrible, y continué furioso: Me siguen por todas partes media docena de espías. Ya lo ; yo se lo tengo mandado contestó muy tranquilo.

Sobre todo, a causa de su botón colgante; los espías no tienen a nadie que pueda coserles los botones, y todos deben de llevar colgando del gabán un botón de que no pueden servirse. Experimentó un sentimiento de soledad triste, propia sólo de los espías. Una profunda melancolía invadió su corazón.

El atleta no quiso desempeñar el indigno papel de cachetero que en aquella repugnante contienda doméstica se le designaba, y todo quedó en tal estado. Después riñó D. Felicísimo con Doña María del Sagrario, con la criada, con Tablas, y a todos les mandó que se fuesen a la calle y le dejaran solo, pues para vivir entre espías o traidores, prefería estar solo con el leal y desinteresado gato.

Afortunadamente, «la romántica» se fué antes de que se exteriorizase esta antipatía. Pasaba las tardes fuera de la casa. Luego, al regresar, iba repitiendo opiniones y noticias de amigos suyos desconocidos de la familia. Don Marcelo se indignaba contra los espías que aún vivían ocultos en París. ¿Qué mundo misterioso frecuentaba su cuñada?...

Verdaderamente no era guapo; su rostro estaba envejecido, mustio, lleno de arrugas; sus ojos no tenían brillo; las gafas le habían dejado una señal roja en lo alto de la nariz. Había en su fisonomía un no qué de gris, de muerto, como si no fuera la de un hombre vivo, sino la mascarilla de un cadáver. No parecía ni un espía ni uno de los que los espías se dedican a perseguir.

Sin embargo, la verdad se abría paso misteriosamente, empujada por el pesimismo de los alarmistas y por los manejos de los espías enemigos que permanecían ocultos en París. Las gentes se comunicaban las fatales nuevas al oído: «Ya han pasado la frontera...» «Ya están en Lille...» Avanzaban á razón de cincuenta kilómetros por día. El nombre de von Kluck empezaba á hacerse familiar.

Apenas los espías los divisaron de lejos, cuando dando gritos muy descompasados se huyeron la tierra adentro, y tras ellos, con su cruz en la mano, marchó á caballo el P. Lucas, porque las llagas de las piernas no le permitían ir á pie.

Tuvo noticia que Galípoli estaba con poca gente, y pareciendole que podria hacer algun buen lance, dejó su camino, y con buenas espias llegó cerca de Galípoli sin ser sentido, y encontróse luego con algunos carros y acémilas, habian salido á hacer leña. El que los llevaba á su cargo era Marco, soldado viejo en la cavallería.

Diéronse tan buena maña el César Doria y sus hermanos, con espías y sobornos, que vinieron á saber dónde estaba, y con mucha gente armada entraron de noche y lo mataron y lleváronlo arrastrando á la marina, mostrándolo de galera en galera con un esquife.

Palabra del Dia

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