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Actualizado: 11 de julio de 2025
Los únicos vestigios del crimen quedaban en una escudilla de madera en el cuarto del bufón. Y el bufón, vuelto al fin en sí de tan violentas impresiones, se lavaba las manos borrando un vestigio de otro crimen, mientras la fuente se lavaba en la repostería.
Entablada con esto la amistad de entrambas partes, se despidieron de nosotros los caciques, contentos y alegres con la esperanza de tener dentro de poco tiempo Misioneros, y ordenaron á algunos de sus vasallos que nos sirviesen con sus canoas, proveyéndonos de pescado por espacio de ciento y ciencuenta leguas de camino, que no fué pequeño socorro por la carestía de vituallas, de que ya padecía mucho nuestra gente y los PP. apenas tenían con qué sustentarse, por haberse corrompido ya el vizcocho y echado á perder el maíz; y el cuotidiano mantenimiento del P. Superior, por espacio de cuatro meses, fué sólo una simple escudilla de habas.
No sé, milord le dije si debo reírme o enfadarme de ver a un hombre como usted, con ese traje, y llenando su escudilla en la puerta de un convento. El mundo es así me respondió . Un día arriba y otro abajo. El hombre debe recorrer toda la escala. Muchas veces paseando por estos sitios, me detenía a contemplar con envidia la pobre gente que me rodea.
Embistiéronle con los jarros, y el daño de las narices se le hizo uno con una escudilla de palo que se la dio a oler con más prisa que convenía. Quitáronle la espada, salió a las voces el portero, y aun no los podía meter en paz. Aquí lo dejo porque el compañero estaba ya fuera desaprensando los huesos.
Bajo la influencia de este pensamiento, don Pedro se encerró en su camarín más reservado, tomó unas tijeras y en un libro, y provisto de una escudilla de plata con engrudo, se puso á cortar, á aislar, á descomponer una por una las letras de imprenta, y luego pegándolas con el engrudo sobre un papel, compuso la siguiente carta: «Juana de mi alma, corazón mío: Yo soy el dichoso y el desdichado que te encontró en una galería de El Escorial una noche de que es imposible que te olvides.
Perseguido había Cervantes a Florela sin poder cogerla, por la rapidez de su fuga y la delantera que le llevaba, y habíase vuelto cuando Florela se había puesto a salvo por el postigo, entrándose por el cual, había certificado a Cervantes de que no se había engañado cuando había supuesto que aquella mujer disfrazada era una criada de doña Guiomar, que la había enviado para que le buscase; lo cual había sido para nuestro mozo un gran contentamiento y una ardorosísima esperanza de su amor; que cuando ella a tales cosas se arrojaba por él, no podía ser menos sino que le adoraba; y cuando ya al lado de Margarita, que tomaba la escudilla de caldo con vino generoso que la tía Zarandaja la había llevado, vio que doña Guiomar se metía por el bodegón como fuera de sí, y en él reparaba, y se detenía sobresaltada, tuvo por cierta su ventura, y levantose y hacia doña Guiomar se fue todo cortesanía y rendimiento.
Ellos bien debían notar los fieros tragos del caldo y el modo de agotar la escudilla, la persecución de los huesos y el destrozo de la carne. Y si va a decir verdad, entre burla y juego, empedré la faltriquera de mendrugos. Levantóse la mesa, apartámonos yo y el licenciado a hablar de la ida en casa de la dicha. Yo se lo facilité mucho.
Y la tía Zarandaja cerró, y fuese luego a su marmita con una escudilla de cobre, ancha y honda, que llenó de gazofia, yendo a ponerla, con un buen pan blanco, a lo que añadió un mediano jarro lleno de vino, delante del señor Viváis-mil-años.
Volvióse de una manera nerviosa Montiño, y vió detrás al tío Manolillo que le presentaba una escudilla de madera. Estremecióse el triste del cocinero. El bufón le miraba de una manera terriblemente fija y con una expresión que era un misterio para el cocinero mayor. ¿Qué queréis? dijo Montiño con la voz temblorosa de miedo.
De este bajo concepto nacía el maltratar tanto á su cuerpo; cuidando tan poco de él como si fuese una bestia; con una escudilla de arroz ó maíz mal guisado, y con frutas silvestres, pasaba ordinariamente; y cuando comía un pez mal cocido, le parecía un gran regalo. No es, pues, maravilla, el que quisiese Dios coronar á siervo tan adornado de méritos y de virtudes con tan felicísima muerte.
Palabra del Dia
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