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Actualizado: 18 de julio de 2025
Habíase enamorado de la hija del Fraile, no repentinamente y a la primera mirada, como los protagonistas de aquellas novelas que con tanta fruición leía, su pasión se había formado lentamente, por escalones que poco a poco había ido subiendo.
Sin embargo, cuando Clara, que salía siempre a despedirle, cerró la puerta, cuando bajó los primeros escalones, un pensamiento lúgubre atravesó su cerebro: «¡Si ese chico me matase!» Quedó un instante inmóvil y tuvo intenciones de volverse y besar a su hijo y a su esposa con más efusión de lo que lo había hecho. Pero se arrepintió inmediatamente comprendiendo el efecto que esto causaría a Clara.
Al fin, después de un cuarto de hora casi, porque algunas de las letras estaban bastante borradas, descubrí que el registro cifrado que había estado escribiendo era un extraño documento que contenía lo siguiente: «Entre el Puente del Diablo y la punta donde el Serchio se une al Lima, sobre la orilla izquierda, a cuatrocientos cincuenta y seis pasos desde la base del puente donde el sol brilla sólo una hora el cinco de abril y dos horas el cinco de mayo, a mediodía, descended veinticuatro escalones, detrás de los cuales puede un hombre defenderse de cuatrocientos.
¡Dios mío! qué odioso es esto replicó. ¡Qué cobarde, sí, lo repito, qué cobarde! La verdad empezaba á manifestarse á mi espíritu. Descendí uno de los escalones. ¿Qué es lo que hay, pues? le dije fríamente. Es usted respondió con una brusca vehemencia quien ha pagado á ese hombre, á ese niño, ó lo que sea, para que nos aprisione en esta miserable torre.
De un salto salvó varios escalones y riéndose vino a mí: ¡Hola! ¡Buenos días, Marta! gritó. Luego, de improviso, se estremeció, me miró de los pies a la cabeza y se quedó como petrificado en medio de la escalera. ¡Yo no me llamo Marta, sino Olga! dije un poco humillada.
Por la parte de dentro todo fue como coser y cantar. Un tonel viejo arrimado al descuido a la pared, y los restos de una espaldera, fueron escalones suficientes, sin que nadie pudiese notarlo, para subir y bajar don Álvaro por la parte del parque con toda la prisa que pudieran aconsejar las circunstancias.
De cuando en cuando se interrumpía, para tomar aliento, como si todavía hubiese de subir y bajar muchos escalones de la montaña por donde su relación nos conducía. Se pasaba la mano por la frente, por los ojos, mesaba hacia atrás de las sienes los rizos de la espesa cabellera un poco erizada por el polvo del viaje.
Pero el resto de la guardia está en el primer piso, precisamente sobre la prisión del Rey, y allí puede oírse todo grito o señal dados desde abajo. ¿Sobre la prisión del Rey? No sabía yo eso. ¿Existe alguna comunicación directa entre el calabozo y la sala de guardia? No, señor. Hay que bajar algunos escalones, cruzar el puente levadizo y desde allí bajar al encierro del Rey.
Bajó rápidamente dos o tres escalones de la gradería, y expuso su cabeza a la lluvia, que empezaba a caer con fuerza, recogiendo las gruesas gotas en sus manos y refrescándose con ellas la frente. Os ruego, Luisa, que entréis dijo con dulzura Juana. Subió lentamente y parándose delante de su amiga: Tendremos que separarnos dijo con tono breve y altanero.
Habían llegado Stein y María, seguidos del pobre pescador, el cual no alzaba los ojos del suelo, doblado el cuerpo con el peso del dolor. Este dolor le había envejecido más que los años y todas las borrascas del mar. Al llegar, se sentó en los escalones de la cruz de mármol. En cuanto a don Modesto, también había acudido, pero con la consternación pintada en el rostro.
Palabra del Dia
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