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Actualizado: 18 de julio de 2025
¡Mi señorita linda!... Siempre me cuesta el conocerla con su traje de varoncito. ¿Cómo le va?... Y bajó apresuradamente los escalones de madera, atravesando la calle para ir al encuentro de Celinda Rojas. No se habían visto desde el día que Sebastiana abandonó la estancia; y ahora, por odio á don Carlos, creyó conveniente la mestiza enumerar las magnificencias de su nueva situación.
En estas visitas solía ver, por la puerta entreabierta del recibimiento, a su cuñada Gregoria, con su aire orgulloso y muy compuesta siempre, a pesar de sus canas y su obesidad; un día tropezó en la escalera con Jacintito, que bajaba los escalones de dos en dos, silbando, de habano y bastón, y no le miró, porque le chocaba mucho este mequetrefe, que jugaba en la Bolsa y tiraba el dinero, que no sabía ganar.
Pero empujada de un lado á otro, acabó rodando por los resbaladizos escalones, y su frente chocó contra una arista de la piedra. ¡Sangre!... Fué como una pedrada en un árbol cargado de pájaros.
En el fondo se abre una escalera monumental; en esta mansión inverosímil, las habitaciones son minúsculas, pero la escalera es inmensa; capricho del arquitecto. Al cabo de un minuto, una voz grita: «¡Señor profesor...! ¿Quiere usted subir hasta el estudio...? Son tres pisos.» César sube los tres pisos, a razón de treinta escalones cada uno.
«Pues por el orden siguiente, he ido descubriendo estos hechos: Que Fortunata no se ha muerto, que está en Madrid, que vive cerca de la Plaza Mayor, que vive en la Cava de San Miguel, en la casa de los escalones de piedra, que está fuera de cuenta desde hace un mes, y que D. Francisco de Quevedo la asiste».
Se descendía desde el portal por unos escalones de piedra. Las paredes, encaladas, con caprichosos arabescos verdinosos, de la humedad.
Ya ustedes ven que, para raquero, no podía tener más blasonada ejecutoria. Su infancia rodó tranquila por todos los escalones, portales y basureros de la vecindad. No hay contusión, descalabro ni tizne que su cuerpo no conociera prácticamente; pero jamás en él hicieron mella el sarampión, la alfombrilla, la grippe, la escarlata ni cuantas plagas afligen á la culta infantil humanidad.
María de Freneuse apareció entonces y sosteniendo á su madre, que temblaba de emoción, le ayudó á subir los escalones que conducían al puente. Bien venidas, señoras, dijo Cristián descubriéndose. Se espera aquí con febril impaciencia su llegada...
Escuché otra, vez; hubiera dado cuanto poseía por oír la voz de Sarto, porque me sentía débil, casi exánime y el bribón de Ruperto seguía suelto por el castillo. Pero comprendiendo que me sería más fácil defender la estrecha puerta situada en la parte superior de la escalera que la muy ancha que daba entrada a las celdas, subí los escalones casi arrastrándome y me detuve detrás de la puerta.
Al subir los escalones del peristilo del museo del Louvre y descubrir al final de larga sala, arrimada a un cortinaje rojo, sola sobre su pedestal la célebre Venus de Milo, sintiose poseído de una emoción indefinible: las piernas quisieron doblársele, y si no le detuviese el temor al ridículo, hubiera caído de rodillas ante la majestad de la diosa, a semejanza de los marinos griegos, que al arribar a la costa de Milo se apresuraban a rendir adoración a la hermosa Aphrodita.
Palabra del Dia
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