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Actualizado: 15 de octubre de 2025


Cuando hubo transcurrido más de una hora sin que nadie llegase, Ramiro emprendió a su vez el escalamiento. La ventana estaba entreabierta. Descorrió el tapiz. Densa obscuridad llenaba la primera habitación. Voleó una pierna y luego la otra. Su broquel golpeó los azulejos. Comenzó a avanzar, en dirección a la cuadra del baño, hurgoneando la sombra con el estoque.

El herido parecía estar mejor; los chicos, con los ojos enrojecidos por el insomnio, permanecían inmóviles en el corral, sentados sobre el estiércol, siguiendo con atención estúpida todos los movimientos de los animales encerrados allí. Teresa atisbaba la vega por la puerta entreabierta, volviendo después al lado de Batiste.... ¡Cuánta gente!

Amaury, a fuer de buen conocedor del terreno, llegó en seguida a la puerta del saloncito en cuestión, que precisamente estaba entreabierta, y antes de entrar permaneció un instante en el umbral como fascinado por el cuadro que se ofrecía ante su vista.

Estaba en pleno hartazgo de Naturaleza, según declaraban sus ojos resplandecientes, su boca entreabierta y como ávida de aire serrano, y aquella su especial inquietud de músculos y hasta de ropa. ¿Se ha visto todo bien? me preguntó volviendo en de repente. A todo mi sabor le respondí. Pues hacerse cuenta de que ya se ha visto algo de las grandes obras de Dios que tenemos por acá.

Oyó la orquesta, que seguía imitando a los mosquitos, y al mirar al palco de su marido, vio a Federico Ruiz, el gran melómano, con la cabeza echada hacia atrás, la boca entreabierta, oyendo y gustando con fruición inmensa la deliciosa música de los violines con sordina. Parecía que le caía dentro de la boca un hilo del clarificado más fino y dulce que se pudiera imaginar.

Por una puerta entreabierta se veía la cocina, en la que había entrado su hermano para dar órdenes a una mujer vieja de aspecto tímido. En un rincón de la sala estaba enfundada una máquina de coser. Luna había visto trabajando en ella a su sobrina la última vez que pasó por la catedral.

Entraron los dos en aquella pieza que servía de salón y despacho á don Carlos, y mientras una criadita preparaba el mate, vió el oficinista por una puerta entreabierta á la hija de Rojas sentada en una butaca de mimbres, con aire pensativo y triste. Llevaba traje femenil, y al abandonar las ropas masculinas parecía haber perdido su audacia alegre de muchacho revoltoso.

Al acercarse á su choza pudieron verla al través de la puerta entreabierta. Estaba lavando la pobre escudilla en que había cenado y disponiéndose para acostarse en el mísero camastro que ocupaba la mitad de su vivienda. Felicia la llamó. ¿Quién va?-preguntó ella sin mostrar susto alguno y dirigiéndose á la puerta. ¡Ah, eres , Felicia!... ¡y también, Nolo!... ¿Qué viento os trae por aquí?

Por las noches, abandonando a su amigo Rafael, asistía a la tertulia de las de Pajares; y no contento con las largas conversaciones que allí sostenía con su novia, todavía por las mañanas, a la hora en que Amparo estaba en el tocador, las criadas en el Mercado y la mamá en la cama, subía la escalera, y en el rellano, ante la puerta entreabierta de la habitación, hablaba más de una hora con Conchita, hasta que se levantaba doña Manuela y comenzaba el movimiento de la casa.

Subió casi a tientas por ella. Cuando ya estaba a la mitad llegaron a sus oídos los acordes solemnes, penetrantes, de la novena sinfonía. Se agarró con ambas manos a la barandilla para no caer. Al fin hizo un esfuerzo supremo y subió los últimos peldaños. Entró en una salita modestísimamente amueblada. El piano sonaba más allá en un gabinete cuya puerta estaba entreabierta.

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