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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Al mismo tiempo, Snap, del lado derecho, y la gata del otro, tendían el hocico o las patas hacia un trozo que Eppie mantenía fuera del alcance de los dos. Snap desistía a intervalos a fin de observar la glotonería de la gata y la futilidad de su conducta, haciendo oír un gruñido ruidoso y desagradable, hasta que la joven, dejándose enternecer, los acariciaba a los dos y les repartía el pedazo.

Los días de corrida afirmábase en su voluntad el propósito de entrar en la Plaza de Toros con su camarada, apelando para esto a las estratagemas de escalar los muros, deslizarse entre el gentío o enternecer a los empleados con humildes súplicas. ¡Una fiesta taurina sin que la viesen ellos, que eran de la profesión!... Cuando no había capea en los pueblos de la provincia, iban a echar su trapo a los novillos de la dehesa de Tablada; pero todos estos alicientes de la vida de Sevilla no bastaban a satisfacer su ambición.

He sentido también la misma emoción de gozo que experimenté y quedó encerrada dentro del corazón, cuando me hizo, por fin, interrogar por su hermana para saber si consentía yo en que me demandase en matrimonio; después, nuestra primera entrevista delante de su hermana, nuestros paseos por los alrededores del colegio en compañía de las canonesas de más edad, la demanda y los grandes obstáculos de la familia, y las muchas lágrimas vertidas durante los tres años de incertidumbres, mientras rogaba a Dios, para obtener el milagro del consentimiento de su familia, que llegó a parecerme imposible; en fin, los años de dicha y de ventura, en la humilde soledad de Milly, tan humilde entonces como actualmente; mi desesperación cuando, apenas casados, él, sacrificándolo todo, incluso a , corrió desesperado a París para cumplir su deber de simple voluntario de la Casa Real, durante el célebre 10 de Agosto; la protección divina que le hizo escapar del jardín de las Tullerías cubierto de sangre; su huida, su vuelta aquí, su encarcelamiento, mis inquietudes por su vida, mis visitas a las rejas de su cárcel, donde yo le llevaba nuestro hijo para que le abrazara al través de los hierros, mis excursiones con mi hijo en brazos por toda la ciudad, tanto en Dijón como en Lyón, para enternecer a los severos representantes del pueblo, donde una sola palabra pronunciada por ellos podía ser para la vida o la muerte; la caída de Robespierre, la vuelta a Milly, el nacimiento sucesivo de mis siete hijos, su educación, sus casamientos y la desaparición de la tierra de aquellos dos ángeles, de que los otros... ¡ah! no me consolarán jamás.

Tan sensibles órganos y que tanto esmero ponen en no ser heridos, afectan formas encantadoras; diríase que quieren agradar, enternecer, y piden perdón. En su inocencia desempeñan todos los papeles de la Naturaleza y toman mil variadas formas y colores. Esos pequeños hijos del mar, los moluscos, festéjanlo eternamente y son su adorno merced á su gracia infantil y á su riqueza de matices.

Habían perdido de golpe toda su fiereza al verse lejos del oficial y libres de la disciplina. Algunos que sabían un poco de francés hablaban de su mujer y de sus hijos, para enternecer á los enemigos que les amenazaban con las bayonetas. Un alemán marchaba junto á Desnoyers, pegándose á sus espaldas. Era el sanitario barbudo.

Llegaban unos tirando de sus caballejos con el serón cargado de estiércol, contentos de la colecta hecha en las calles; otros en sus carros vacíos, procurando enternecer á los guardias municipales para que les dejasen permanecer allí; y mientras los viejos conversaban con las mujeres, los jóvenes se metían en el cafetín cercano, para matar el tiempo ante la copa de aguardiente, mascullando su cigarro de tres céntimos.

Cuando más tarde me interrogó usted, empleé el conocimiento que de él había adquirido, para enternecer su corazón y ganarlo para una vida honrada. ¡Juro que únicamente fue por esto!

Intentó enternecer a la Mariposa hablándola de su futuro hijo, de aquel pequeñín, que sería como una extraordinaria prolongación de la existencia de la anciana. ¡Tendría un biznieto! Pocas mujeres lograban ver su descendencia hasta tal límite. ¿Y sería capaz de dejar en el abandono a la tierna criatura?... El instinto de la familia despertó en la avara.

El valentón relataba modestamente sus glorias. Todos los años, por Navidad y por San Juan, emprendía el camino de Valencia, tòle, tòle, para ver á la propietaria de sus tierras. Otros llevaban el buen par de pollos, la cesta de tortas, la banasta de frutas, para enternecer á los señores, para que aceptasen la paga incompleta, lloriqueando y prometiendo redondear la suma más adelante.

Muchas veces, este representante, con el cual mi madre había por fin conseguido hablar, era un hombre brutal y grosero, que se negaba a oír los lamentos de una mujer desolada o la despedía con amenazas, culpándola de pretender enternecer a los encargados de administrar justicia.

Palabra del Dia

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