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Durante las ceremonias fúnebres, Miguel Fedor volvió á encontrarse con muchos antiguos visitantes del palacio Lubimoff que él creía muertos. Doña Mercedes le abrazó llorando. Estaba extraordinariamente obesa, con la indiánica tez aclarada por una blancura jugosa y monacal. Parecía la superiora de un noble convento de canonesas.

Esta mañana he visto a mi hijo desde las rendijas que hay en la cerca del patio del colegio. ¡Pobrecito! Estaba allí en medio de sus compañeros y a pesar de esto lo he distinguido en seguida. El también me ha visto y ha venido a decirme que estaba muy contento con sus nuevos maestros y condiscípulos. He visitado al abate Montuzer, antiguo prior del capítulo de canonesas de Salles.

Por otra parte, Poldy, que amaba la soledad, sentía invencible repugnancia a irse a vivir vida conventual, entre otras canonesas, en la casa de su instituto. Para vivir sola, según su clase, ya en Viena, ya en otra ciudad, sus rentas eran insuficientes.

He sentido también la misma emoción de gozo que experimenté y quedó encerrada dentro del corazón, cuando me hizo, por fin, interrogar por su hermana para saber si consentía yo en que me demandase en matrimonio; después, nuestra primera entrevista delante de su hermana, nuestros paseos por los alrededores del colegio en compañía de las canonesas de más edad, la demanda y los grandes obstáculos de la familia, y las muchas lágrimas vertidas durante los tres años de incertidumbres, mientras rogaba a Dios, para obtener el milagro del consentimiento de su familia, que llegó a parecerme imposible; en fin, los años de dicha y de ventura, en la humilde soledad de Milly, tan humilde entonces como actualmente; mi desesperación cuando, apenas casados, él, sacrificándolo todo, incluso a , corrió desesperado a París para cumplir su deber de simple voluntario de la Casa Real, durante el célebre 10 de Agosto; la protección divina que le hizo escapar del jardín de las Tullerías cubierto de sangre; su huida, su vuelta aquí, su encarcelamiento, mis inquietudes por su vida, mis visitas a las rejas de su cárcel, donde yo le llevaba nuestro hijo para que le abrazara al través de los hierros, mis excursiones con mi hijo en brazos por toda la ciudad, tanto en Dijón como en Lyón, para enternecer a los severos representantes del pueblo, donde una sola palabra pronunciada por ellos podía ser para la vida o la muerte; la caída de Robespierre, la vuelta a Milly, el nacimiento sucesivo de mis siete hijos, su educación, sus casamientos y la desaparición de la tierra de aquellos dos ángeles, de que los otros... ¡ah! no me consolarán jamás.