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Actualizado: 3 de mayo de 2025


El resto estaba ennegrecido por la suciedad. Cada arruga era un surco fangoso; el cuero cabelludo mostraba las púas blancas del rapado por entre las escamas de la caspa endurecida. Coleta saludó al del fielato y fijó después sus ojos en Maltrana. ¿No eres Isidro, el nieto de la Mariposa... uno que es señor en Madriz y escribe en los papeles?...

No encones más mi endurecida llaga; si aún amas a Leonor, huye, te ruego; libértame de ti. MANRIQUE. ¡Que huya me dices!... ¡Yo, que que me amas! LEONOR. No, no creas... no puedo amarte yo... si te lo he dicho, si perjuro mi labio te engañaba, ¿lo pudiste creer?... Yo lo decía, pero mi corazón... te idolatraba. MANRIQUE. ¡Encanto celestial! Tanta ventura puedo apenas creer.

A veces se oía la marcha de pesados zuecos sobre la tierra endurecida y se veía pasar un sombrero de fieltro, una capucha o un gorro de algodón; después, el ruido se alejaba, y el crujido de la madera verde en las llamas, el zumbido del torno de hilar de Luisa y el hervor de la olla volvían a reinar.

La última vez lo cogí en Marengo..., hace catorce años... ¡Me parece que fue ayer! De repente, oyose fuera crujir la nieve endurecida como por la presión de unas pisadas rápidas. Hullin prestó atención: «¡Es alguien!...» Casi inmediatamente después dos golpes, suaves y secos, sonaron en los cristales. Juan Claudio se dirigió a la ventana y la abrió.

Este adivinó los pensamientos de la abuela. ¡Alma endurecida por la codicia! ¿Y su tesoro? ¿Iba a abandonarle fingiéndose pobre, cuando todos los de la busca hablaban de su riqueza?... La Mariposa rió con una expresión de bruja burlona. ¡Mi tesoro! ¡Ya salió mi tesoro! ¿También vienes por él?... Te han engañado, Isidrín; mil veces te lo he dicho.

Y ¿qué cristiano educa á una mujer, endurecida en sus costumbres, en sus hábitos, en sus vicios y preocupaciones? ¿Qué cristiano educa á una mujer de treinta años, como la abuela de la muchacha de Batiñoles? Más fácil es enderezar á un roble de cien años, que á una mujer de quince. ¿Quién será tan necio que eche sobre el andar á pleitos con una de treinta? ¡Ay!

Callaron todos, hondamente impresionados por la relación tan patética como sencilla del bondadoso padre. Este llevó a sus ojos la mano basta y ruda, endurecida por el arado, y se limpió una lágrima: ¿Qué dices a eso, Teodoro? preguntó Carlos a su hermano.

Sus pasos resonaban sobre la arena endurecida por las heladas, el viento arrancaba de las ramas las últimas hojas secas que revoloteaban como avecillas de oro, la atmósfera de una limpieza incomparable dejaba ver en la lejanía las masas violáceas de la sierra y hacia Poniente unas ráfagas de nubes rojas y anaranjadas parecían incendiar el arbolado de los cerros.

Alejándose hasta más allá de la acera de enfrente, y subiendo a unos montones de tierra endurecida, se veía, por encima de la iglesia en construcción, un largo corredor del convento, y aun se podían distinguir las cabezas de las monjas o recogidas que por él andaban. Pero como la obra avanzaba rápidamente, cada día se veía menos.

Nada se oía sobre la endurecida nieve, más que el chocar de los zuecos de madera de las mujeres que llevaban a sus hijos de la mano y, de cuando en cuando, el ruido sordo y cavernoso del ataúd de encina, recibiendo una ligera sacudida, al cambiar de sitio sobre los hombros de los portadores que se relevaban a porfía bajo la carga para nosotros sagrada.

Palabra del Dia

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