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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Todos vestían casaca, pantalon, corbata y chaleco negros, como si vinieran de un entierro, y soportaban los picantes rayos del sol con singular filosofía, cubiertos con sus sombreros negros de ala plana y copa encumbrada, enteramente como si anduvieran de paseo por Regent Street ó Hyde Park.

Felizmente baja todas las noches a mi tertulia, Inés, a quien como muy próxima a ser mujer casada, puede permitirse que sostenga coloquios tirados con tal cual persona decente y bien nacida. Si no fuera por ella, lord Gray se aburriría grandemente en casa. ¿No cree usted, que a una muchacha que va a ser mayorazga y que ocupará posición muy encumbrada en la corte, se le debe dar cierta libertad?

Tiene razón D. Luis: yo no le merezco. ¿Cómo, por más esfuerzos que hiciera, habría yo de elevarme hasta él, y comprenderle, y poner en perfecta comunicación mi espíritu con el suyo? Yo soy zafia aldeana, inculta, necia; él no hay ciencia que no comprenda, ni arcano que ignore, ni esfera encumbrada del mundo intelectual a donde no suba.

Los motivos que impulsaron á aquella linda mujer de no vulgar talento á renunciar á la vida y sepultarse en las frías lobregueces de un claustro, no es cosa que yo sepa y nada apuntaré por no alterar los hechos con suposiciones más ó menos gratuítas; pero es cierto que á la profesión de la actriz, se dió por la gente devota gran resonancia, que los padrinos fueron de la más encumbrada nobleza y que la solemnidad tuvo un brillo y esplendor inusitado.

Se echa de ver, aunque no se supiera, que las aguas del Leman están destinadas á regar un país frances y perderse en un mar meridional ó latino; miéntras que las del Aar, pasando por románticas cuencas, han de llevarle su tesoro al Rin, el gran rio germánico, y al mar del Norte, como símbolo de esa grande y bella raza alemana, soñadora, individualista, profundamente original, semi-salvaje por su carácter y encumbrada y nebulosa por su espíritu.

Vevey, rodeada de ondulosas colinas y lindas laderas, y en cuyas cercanías son numerosos los bellos puntos de vista y agradables paseos, ofrece uno de los mas encantadores panoramas que se pueden imaginar, sobre todo si se la contempla desde la terraza ó la encumbrada torre de San-Quintin, monumento gótico de estilo muy sencillo y severo.

A poco trecho de casa donde el paseante enclavaba afincadamente los ojos, se abrieron los lienzos de la encumbrada fenestra, e una mano gentil que no cristiana arrojó una letra que el paseante, a guisa de can, que con boca abierta atiende coger la mariposa que pasa, pensó atrapar antesacando el pecho y abriendo los brazos en aspa de Sant Andrés; pero el papel avieso, como fecho de materia liviana, hizo cortes y ruedas, y ruedas y vueltas por el aire, pasando y repasando por entre los dedos del penitente para luego revolar e posarse en lo más alto del dintel de la puerta.

En cambio, se declaró aquella casa, desde entonces, el centro de la buena sociedad del pueblo; y a doña Juana se le caía la baba de placer con las atenciones de que era objeto: sinceras unas, es verdad, por tratarse de gentes no mucho más avisadas que ella, e hijas otras de la diabólica intención de dar pábulo a las majaderías de la encumbrada lugareña; pero interesadas todas, porque, al cabo, en aquella casa se bailaba mucho y se cenaba bien, lo cual en ninguna parte se desdeña en estos tiempos.

Al revés de la otra casa, el alcázar de la otra dinastía de Villavieja: la mansión de los Carreños, la menos vieja de todas las de la villa, con su poco de color en la fachada, vidrieras de a cuatro cristales, un jardinillo en la trasera, suelos firmes y a nivel y techos de cielorraso; la chimenea ahumando casi siempre; mucho ruido de sartén y mucho tufo de cocina; mucho barullo en todo, y para todo poco aseo; los muebles casi amontonados en la sala; los colores crudos y chillones; mucha jaula con pájaros de mucha voz y grande y sucio comedero, como el mirlo y el malvís entre otros; palomar en la buhardilla y mastín suelto en el portal; en fin, dinastía sin abolengo, plebeya, encumbrada por la fuerza del dinero y de la intriga en tiempos no lejanos.

Al contrario, yo recordaba bien todos los sitios, y al pasar por algunos se me encendía la cara de vergüenza. Por fortuna, estaba yo tan encumbrada y en posición tan diferente de la que allí tuve, que nadie me reconoció ni reconocí a nadie. Hice en mi patria el papel de peregrina misteriosa. Fuera del Padre García, con nadie quise tratar.

Palabra del Dia

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