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Actualizado: 22 de julio de 2025


No me extraña que se le ponga ese nudo.... Soy yo y lo tengo también.... Día y noche estoy cavilando en sus males, señorita.... Cuando vi aquella señal.... La lastimadura en la muñeca.... Por primera vez durante la conversación se encendió el descolorido rostro de Nucha, y sus ojos se velaron, cubriéndolos la caída de las pestañas. No respondió directamente.

Una vez encendió todos los cirios que teníamos allí en depósito, se prendió fuego a una estera y por poco no ardemos todas. ¡Con decirle a usted, señor doctor, que una vez llegó a poner la mano en una hermana! Era una niña medio loca... Muy dispuesta, eso ; lo que no aprendía era porque no quería aprenderlo.

Venga vuestra señoría conmigo; cabalmente doña Clara, según me ha dicho su dueña, no está de servicio. Vamos, pues dijo el padre Aliaga. Ruy Soto encendió una lámpara de mano, abrió una puertecilla y subió por una escalera de caracol. El padre Aliaga le siguió. Poco después Ruy Soto llamaba á la puerta del cuarto de doña Clara, y daba el recado del padre Aliaga.

Luego sacó de uno de los cajones un revólver, lo examinó con detenimiento, lo cargó con nuevas cápsulas, lo colocó sobre la mesa y echó de nuevo la llave al cajón. Abrió la puerta del salón, abrió la de la habitación contigua, que era el dormitorio matrimonial, encendió un cigarro y se puso a pasear a lo largo de la crujía con aparente calma.

Se arrojó en brazos de Fernando con cierta emoción, como si éste fuese su primer abandono; luego se apartó rudamente, a impulsos de su movilidad caprichosa. Encendió todas las luces del camarote para examinarlo mejor. Tocaba los libros apilados en el diván, en la mesita y hasta en el lavabo; revolvía los papeles; mostraba una curiosidad infantil ante los objetos de tocador y las ropas de Ojeda.

En seguida salió para pedir a la portera un vaso, uno solo; pues, sin haber leído a Béranger, sabía que los amantes deben beber en la misma copa: y tornando a encerrarse, encendió la chimenea, y paseo arriba, paseo abajo por el corredor, esperó.

Arrancó después algunas hojas de un breviario, retorciéndolas tranquilamente entre las manos, y sin vacilar un punto, impasible, sereno, las encendió en la lámpara, prendiendo con ellas los combustibles hacinados.

Un día trasladando Miguel una cesta con ropa aplanchada de un sitio a otro, la dejó caer al suelo y se manchó una buena parte. Petra, hasta entonces, en sus más fuertes enojos no había hecho mas que cogerle por el brazo y sacudirle; ahora le dio una soberbia bofetada que le encendió el rostro.

Me paece que va pa largo. Salvatierra entró en la cocina del cortijo, dejando, al sentarse, una gran mancha del agua que chorreaban sus ropas. La señá Eduvigis, compadeciendo al «pobre señor», encendió apresuradamente en el hogar un fuego de leña menuda. Que sea buena la candela, mujer; que eso y mucho más se merece el forastero decía Zarandilla, orgulloso de la visita.

Encendió éste un cigarro, le ofreció otro y se puso a pasear de una esquina a otra del despacho exactamente como si estuviera solo. García tenía un libro en la mano, aparentaba leerlo, pero cuando Tristán volvía la espalda levantaba los ojos hacia él y le miraba con mezcla de inquietud y respeto. Al fin, sonriendo con humildad, se atrevió a decir: ¿No sabes, Tristán?

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