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Actualizado: 22 de junio de 2025
Se acordó una que otra vez Ben-Mohammad de cuán necesaria era la sumision de los valíes que se habian proclamado independientes; mas ni siquiera para intentarla se sintió con fuerzas. Trató de conciliarlos, y encendió sin querer el fuego de la guerra.
Don Melchor de las Cuevas se levantó de la mesa, encendió un cigarro, y dijo, ofreciendo otro a su sobrino: Vámonos a tomar café. Gonzalo quiso guardarlo en el bolsillo porque jamás hasta entonces se había autorizado el fumar delante de su tío; pero éste le retuvo el brazo. Enciende, chiquito, enciende; ya has dejado de ser grumete.
2 Habla a Aarón, y dile: Cuando encendieres las lámparas, las siete lámparas arderán frente a la faz del candelero. 3 Y Aarón lo hizo así; que encendió contra la faz del candelero sus lámparas, como el SE
Á la pobre Laura se le encendió el rostro. Quedó confusa y temblorosa, y no supo más que decir mientras trataba de sustraer su mano á las apasionadas caricias del mayordomo: ¡No, eso no... eso no! Lo que cuesta un perro de caza.
El capellán la encendió, y a su luz menos que dudosa vieron el sótano, mejor dicho, entrevieron las paredes destilando humedad; el confuso montón de objetos retirados allí por inservibles y pudriéndose en los rincones; el conjunto de cosas informes y, por lo mismo, temerosas y vagas.
Claro es que está uno más a salvo si lleva melenas de que le tomen por espía; pero ¿qué culpa tengo yo de que se me caiga el pelo? O ¿acaso hay, que llevar peluca... como un espía de verdad?» Encendió un cigarrillo y lo tiró en seguida; no tenía ganas de fumar. «Lo más sencillo sería entrar en su casa y decirles: Señores, ha sido una broma. Pero no, no lo creerían.
Venturita tomó una caja de cerillas que había sobre el costurero, y encendió una. Madre e hija estaban pálidas. Aquélla arrimó la carta a la luz. En cuanto leyó unos cuantos renglones, se dejó caer en la butaca, y clavando los ojos con expresión dolorosa en su hija, le dijo: Ventura, ¿qué has hecho? ¿Yo? Nada respondió la niña tirando al suelo la cerilla que tocaba a su fin.
Soltó en esto el cuadrillero la barba de don Quijote, y salió a buscar luz para buscar y prender los delincuentes; mas no la halló, porque el ventero, de industria, había muerto la lámpara cuando se retiró a su estancia, y fuele forzoso acudir a la chimenea, donde, con mucho trabajo y tiempo, encendió el cuadrillero otro candil.
Cuando llegó la media noche, encendió el fósforo y miró a su marido. Vio que era muy hermoso. 65 Olvidó el fósforo y un pedazo cayó en la cara de su marido. Entonces él despertó y dijo: ¡Ingrata, no has tenido palabra! Has de saber que soy un príncipe encantado. Yo soy el príncipe Jalma. Estaba a punto de salir de mi encantamiento pero ahora es imposible 70 por mucho tiempo.
La misma imaginación, a quien el maestro había puesto que no había por donde cogerla, fue la que le encendió fuegos de entusiasmo en su alma, infundiéndole el orgullo de ser otra mujer distinta de lo que era. «Pues sí, pues sí... quiero entrar en las Micaelas» afirmó con arranque.
Palabra del Dia
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