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Actualizado: 1 de octubre de 2025
Se hacían los preparativos de todos los años para la gran fiesta de la Virgen del Sagrario, a mediados de agosto. En la catedral hablaban de la de aquel año con misterio unos y zozobra otros, como si aguardasen sucesos extraordinarios. Su Eminencia, que no bajaba al templo hacía muchos meses por no ver a los del cabildo, presidiría el coro el día de la fiesta.
No, no podía ser castigo, porque él no era malo, y si lo fue, ya se enmendaría. Era envidiable, tirria y malquerencia que le tenían, por ser autor de tan soberana eminencia. Querían truncarle su porvenir y arrebatarle aquella alegría y fortuna inmensa de sus últimos años.... Porque su hijo, si viviese, había de ganar muchísimo dinero, pero muchísimo, y de aquí la celestial intriga.
Pero a Su Eminencia se le va más abajo, y le hace rabiar como un condenado. Lo que dice tía Tomasa: los médicos le arreglan, y él se encarga de enfermar otra vez con ese vinillo de gloria. El Tato, en medio de su cinismo burlón, mostraba cierto afecto por el prelado. No crea usted, tío, que es un cualquiera; dejando aparte su mal genio, resulta todo un hombre.
El prelado acogía con sonrisas la franqueza enérgica de la buena mujer. Usted siempre será don Sebastián para mí continuó . Cuando me dijo que no le llamase Eminencia y todos esos tratamientos que le da la gente, lo agradecí más que si me hubiese regalado el manto de la Virgen del Sagrario.
Faltos de familia y de preocupaciones para ganarse el pan, los más de nosotros sólo vivimos para el amor propio y el orgullo. Se formó en procesión el cabildo, acompañando a Su Eminencia. Abrían la marcha el perrero rojo, los pertigueros negros y el Vara de plata, haciendo sonar las baldosas con los golpes de sus bastones.
El Duque se inclinó en señal de asentimiento, e Isabel, haciendo un esfuerzo para sobreponerse a su turbación, tomó la palabra y dijo con voz trémula: Vuestra Majestad ignora... y Su Eminencia el cardenal ha debido de decirlo... Que ese matrimonio merece la aprobación de Farinelli le interrumpió la Reina; e Isabel quedó estupefacta.
Terminadas las cláusulas preliminares, el Cardenal hizo una pausa y dirigió la mirada vagamente a través de la ventana de su estudio. La Plaza del Duque era un hervidero de gente, y el Prelado seguía con la vista el ir y venir de carruajes y peatones. Transcurrió algún espacio de tiempo; el notario se pasó el pañuelo por la frente varias veces, y por fin observó tímidamente: ¿Sí, Eminencia?
Sin esperar mas noticia, se puso en movimiento para buscar al enemigo, y á poco rato descubrió que ocupaba la eminencia, haciendo ostentacion de sus banderas, que tremolaban incesantemente: demostracion que acompañaban de una continuada y confusa griteria, pero no tardaron en desamparar aquel puesto, para subir á otro mas eminente, donde se hallaba el grueso de sus tropas.
La gente menuda comentaba a la puerta de la sacristía el gran incidente de la fiesta. Su Eminencia no había bajado al coro ni asistiría a la procesión. Decíase que estaba enfermo; pero los de la casa sonreían recordando que en la tarde anterior había ido de paseo hasta la ermita de la Virgen de la Vega. Era que no quería ver al cabildo.
Eso no sería fácil en tan corto espacio de tiempo. Lo que quiero contarte, puesto que confío en tu discreción, es lo siguiente: Has de saber que Su Eminencia, que es hombre activo, envió ayer mismo un mensaje a la Corte, para que viniese en seguida uno de los mejores joyeros y restaurase cuanto antes el desperfecto causado al papagayo.
Palabra del Dia
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