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Actualizado: 2 de mayo de 2025


¡Qué injusticia! exclamó la joven . ¿Creen acaso que el sombrero es demasiado elegante para nosotras? Dice prosiguió Rafael que manejáis el abanico con una gracia incomparable. ¡Qué calumnia! dijo Eloísa . Ya no lo usamos las elegantas.

En esta calle habia, hace algunos siglos, una casa pequeña, baja y húmeda: esta casa presenció los amores de Abelardo y Eloisa. Mi mujer, que tan desdeñosa se muestra con todas las cosas de Paris, ha visitado aquel lugar histórico con el mas afectuoso interés.

Aprovechando aquellos momentos de flaqueza del terrible cura, con la ayuda de su madrina alquiló una casita no muy lejos de la iglesia y se trasladó a ella. Una antigua criada de D.ª Eloisa vino a servirle y a ser su ama de gobierno.

Aquélla le daba con un abanico aire, que el enfermo instintivamente trataba de recoger. Ofrecía ya en su fisonomía todos los signos de la muerte. D.ª Eloisa, al sentir el ruido de la puerta, volvió su rostro bañado de lágrimas, e hizo seña al sacerdote para que se aproximase. Hace un cuarto de hora que está en el ataque dijo con voz de falsete.

No significa esto que dejase de considerar y atender como debía a D.ª Marciala; pero se observaba en él de algún tiempo a aquella parte más inclinación hacia D.ª Filomena, aunque nunca por supuesto tan señalada como la que había sentido por Obdulia. En la tertulia de D.ª Eloisa se agitaban mil dulces sentimientos, a los cuales, como la sombra a la luz, acompañan siempre otros amargos.

Al mismo tiempo gritó: ¡Madrina! ¡madrina! ¡Venga usted! D.ª Eloisa y la criada se precipitaron en la habitación. En vano trataron de reanimar al moribundo dándole aire después de incorporarle, abriendo el balcón, frotándole los pies con un cepillo, haciendo todo lo que les sugería en aquel momento su imaginación. Era el último ataque de disnea. Abría de vez en cuando la boca.

Padre, hoy está usted de mal humor; es porque no ha podido decir misa en el altar de la Concepción como otras veces. Tiene usted ojeras; bien se ve que se ha pasado toda la noche rezando. Ya por qué dijo la misa el domingo más tarde: esperaba que llegase doña Eloisa. Ese alzacuello le aprieta a usted mucho. Está usted incómodo. ¿Quiere que yo se lo arregle?...

Bien pudo usted haberse equivocado dijo el inválido. ¡Es tan fácil! exclamó D.ª Eloisa. La he visto como les veo a ustedes ahora, a tres pasos de distancia. Venía yo de hablar con el sacristán para la cuestión del aniversario de mi señor padre, cuando al embocar la calle del Cuadrante veo al P. Gil con una señora que me pareció forastera.

En un momento de silencio, D. Juan Casanova, que tenía la cabeza inclinada hacia un lado, sin duda por el excesivo peso del cerebro, la descargó algún tanto, diciendo con su acostumbrada solemnidad: Eloisa, hoy he hallado a su hermano Álvaro en el paseo de la Atalaya. Llevaba un pantalón de cuadros. D.ª Eloisa suspiró, como siempre que se tocaba el punto de su hermano.

Capítulo XXII Había pasado el verano y era llegado septiembre; los días conservaban aún el calor del verano, pero las noches eran ya largas y frescas. Serían las nueve y aún no había en la tertulia de la condesa sino las personas más allegadas y de mayor confianza, cuando entró Eloísa. Toma asiento en el sofá, a mi lado le dijo la dueña de la casa.

Palabra del Dia

bagani

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