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Maltrana pensaba en las altas horas de la noche, horas de misterio y de silencio, cuando todos estos armatostes de madera o junco, ventrudos, echados atrás con orgullo y ostentando la fe de bautismo en lo alto de la testa, se quedaban solos bajo la fría luz de las ampollas eléctricas, teniendo enfrente las tinieblas del mar.

Los Masamudes, los Aliatares, los Benegas y otros muchos caballeros de las familias nobles, disponían cuadrillas, cañas y torneos; las damas, parientas de la futura Sultana, trazaban en sus cármenes y jardines los festejos y zambras con que habían de celebrar tan venturoso enlace, y los mercaderes de joyas, telas, esencias y otros objetos preciosos se encontraban en todas partes, y en todas partes eran echados de menos, pues tanta era la viva curiosidad por ver, y ansia por comprar y apoderarse a todo precio de tanta preciosidad, propias del lujo oriental y del fausto que en aquella época ostentaba la árabe corte de Granada.

Les cayeron encima todas las balas de los cazadores. Los echados se levantaron de un impulso. Se juntaron las parejas. Los dormidos vinieron trotando donde estaban los demás. Al pasar junto a la poza, se llenaban de un sorbo la trompa. Gruñían y tanteaban el aire con la trompa. Todos se pusieron alrededor de su jefe.

Otras veces reñían, y al ruido de sus voces poblábanse las barandillas de bustos echados adelante por una malsana curiosidad, de cabezas greñudas que azuzaban a las contendientes como bestias rabiosas. Al anochecer llegaban los hombres.

Murieron bajo el hierro del vencedor mas de veinte mil partidarios de Pompeyo; fueron echados los demas de sus albergues; condenados muchos á andar errantes por la tierra llevando en su frente el sello del proscrito. ¡César! ¡César! no era esta la mision que te habia confiado tu destino. ¿Cómo pudiste en un instante de ira venir á cubrir de luto una ciudad á que antes y despues consagraste tus recuerdos? ¿cómo no supiste acallar aqui tus pasiones, que acostumbrabas á levantar entre tus brazos al vencido, que no tuviste corazon para ver la cabeza de Pompeyo y dejar de verter sobre ella una lágrima de compasion y de ternura? ¡César! ¡César! hemos creido ver aun tu sombra airada pasando sobre esta ciudad de Córdoba: perdónanos si llevados por la fuerza del sentimiento hemos recordado con placer que fuiste á espirar bajo el puñal de Bruto.

Mientras iba por la calle en busca de la escalera de piedra donde Úrsula había quedado en esperarle, no podía menos de reírse del amor que Lucía profesaba al misterio. Después de todo, puede que tenga razón, concluyó por decirse; si no fuese por estos granos de pimienta echados sobre nuestras relaciones, la verdad es que llegarían a ser muy fastidiosas.

Los artesanos de esta villa ¡están tan echados a perder! El que más y el que menos pasa el domingo y el lunes en la taberna, y algún día también por la semana. ¿Cuántos son los que traen el jornal a casa y lo entregan a su mujer, dígame por su vida? Si es marinero, se le ve una vez cada año; trae cuatro cuartos, y hala, otra vez para allá.

Los dados están echados exclamé en voz alta golpeando el suelo con el pie. Mi altivez y yo saltamos el Rubicón y dije bajando los ojos: Mi querido comandante, aconsejad a Pablo que vaya entre los esquimales, os lo suplico. ¿Y por qué entre los esquimales? Porque las mujeres de por allá son espantosas balbuceé, mientras que las rusas son lindísimas.

La divina imagen, fija en el madero con cuatro clavitos de plata, se me antojó, en tal sitio, oportuno signo de resignación. Desencajadas las facciones, pálido el rostro, amoratadas las sienes, afilada la nariz, los ojos mortecinos, los labios entreabiertos por la agonía, me pareció que dirigía a los mamotretos echados en olvido, dolorosa mirada de extraña compasiva piedad.

Echados estos cálculos y ajustando a ellos su conducta, don Andrés dijo: Veo con sorpresa que he venido a hacer aquí el extraño papel de tu confesor. Te me confiesas desleal y engañosa. ¿Qué quieres? Feos pecados son esos; pero la pecadora es tan bonita, que yo la perdonaré y la absolveré si se arrepiente. De nada tengo que arrepentirme. Lo que he hecho lo he hecho porque no podía por menos.