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Actualizado: 14 de junio de 2025
La tomé en mis brazos y le supliqué con palabras que no puedo reproducir aquí, que me siguiera, que desafiase al mundo entero a arrancarla de mis brazos. Y por algún tiempo me escuchó, sorprendida y dominada. Pero cuando me miró empecé a avergonzarme de mi conducta, me faltó la voz, balbuceé algunas palabras y por fin guardé silencio.
Los dados están echados exclamé en voz alta golpeando el suelo con el pie. Mi altivez y yo saltamos el Rubicón y dije bajando los ojos: Mi querido comandante, aconsejad a Pablo que vaya entre los esquimales, os lo suplico. ¿Y por qué entre los esquimales? Porque las mujeres de por allá son espantosas balbuceé, mientras que las rusas son lindísimas.
Yo balbuceé: Tengo letras... ¡Aquí están! Tengo letras sobre Londres, sobre Hamburgo... No sirven... ¡Setenta y cinco céntimos!... Y corrida, cena de lord, andaluzas desnudas, todo este sueño expiró como una pompa de jabón dentro de mi alma. Odié a la humanidad. Otro carruaje atestado de gente alegre, por poco me atropella. Cabizbajo, cargado de millones sobre Rothschild, volví a mi cuarto piso.
El Rey no lo perdonaría nunca balbuceé. ¿Pero somos mujerzuelas o qué? ¿Quién se cuida de que el Rey perdone o no? Medité profundamente, y en la habitación no se oía otro rumor que el tic-tac del reloj, cuyo péndulo osciló cincuenta, sesenta, setenta veces; por fin mi rostro debió reflejar mis pensamientos, porque de repente el viejo Sarto asió mi mano y exclamó conmovido: ¿Irá usted?
Pasé allí diez minutos, sin lograr reponerme de mi aturdimiento, y abrumado al fin por el peso del ridículo balbuceé algunas excusas y me retiré acompañado por las carcajadas de Florencia que no pudo contener la hilaridad al ofrecerme su casa. ¿Y a qué viene el recordar ahora tales cosas?
Las cosas están en feliz reposo, cuando se hallan en su lugar natural; el lugar del corazón humano es el corazón de Dios, y el suyo está en este asilo seguro. Coma otro confite. ¿Qué es eso, hijo mío, qué es eso? Yo estaba colocando sobre el breviario abierto, en una página del Evangelio de la pobreza, un fajo de billetes del «Banco de Inglaterra», y balbuceé: Un recuerdo para sus pobres...
Iba vestida de oscuro y se parecía mucho, con la animación de la vida además, al retrato que tanto me había impresionado. Me levanté, le salí al paso, balbuceé dos o tres frases incoherentes que no tenían ningún sentido; ya no sabía ni cómo explicar mi visita, ni cómo llenar de golpe el enorme vacío de dos años que ponía entre nosotros como un abismo de secretos, de reticencias y de oscuridades.
Palabra del Dia
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