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Actualizado: 22 de junio de 2025
Se ve en el cuadro los moros que entran a escape en la ciudad, con los caballos tan locos como ellos, y ellos disparando al aire sus espingardas, tendidos sobre el cuello de sus animales, besándolos, mordiéndolos, echándose al suelo sin parar la carrera, y volviéndose a montar. Gritan como si se les abriese el pecho. El aire se ve oscuro de la pólvora.
Pero a todo esto exclamó el Rey con impaciencia y encarándose con el anciano tú no acabas de decirme quién eres. Perdona mi tardanza, señor. Y añadió luego, echándose a los pies del Rey: Yo soy el hijo de un leal criado de tu heroico antecesor Alfonso V el Africano. Yo soy Judas Abravanel, más conocido hoy en el mundo con el nombre de León Hebreo.
Algunas viejas se habían apoderado de la alacena, y á cada momento preparaban grandes vasos de agua con vino y azúcar, ofreciéndolos á Teresa y á su hija para que llorasen con más «desahogo». Y cuando las pobres, hinchadas ya por esta inundación azucarada, se negaban á beber, las oficiosas comadres iban por turno echándose al gaznate los refrescos, pues también necesitaban que les pasase el disgusto.
¡Tú!... ¡tú! balbuceó él, echándose atrás. Le temblaron las piernas con el estremecimiento de la sorpresa; una ola de frío corrió por su espalda. ¡Ulises! suspiró la mujer, intentando abarcarlo de nuevo con sus brazos. ¡Tú!... ¡tú! volvió á repetir el marino con voz sorda. Era Freya. No supo ciertamente qué fuerza misteriosa le dictó su gesto.
De repente pareció despertarse un claro recuerdo en su memoria y exclamó: ¡Por vida de! ¿Sois Burlesdón? Mi hermano es el actual Conde de este título. ¡Claro está! Con esa cabeza no podía ser otra cosa dijo echándose a reír. ¿No conoce usted la historia, Tarlein? El joven me miró, algo cortado, con una delicadeza que mi cuñada hubiera admirado grandemente.
Se lanzó a todo correr por aquel camino de fuego, aguantando el sol con la cabeza baja, jadeante y echándose a pecho la cuesta que minutos antes no quería subir, aunque se lo mandase el Nuncio. Algo terrible preparaba. La voluptuosidad del mal era sin duda lo que le daba fuerzas. Tal vez buscaba subir alto, muy alto, para desde la cresta de un desmonte aplastar su carga de gatos.
¡Vaya, que no hacerse cargo de nuestra situación! dijo la mujer echándose á llorar. Martín muriéndose... el pobrecito... en aquel buhardillón helado.... Ni cama, ni medicinas, ni con qué poner un triste puchero para darle una taza de caldo.... ¡Qué dolor! Don Francisco, tenga cristiandad y no nos abandone.
Avanzando por lo alto del cerro que limita las minas del lado de Poniente, habían llegado a Aldeacorba y a la casa del señor de Penáguilas, que echándose el chaquetón a toda prisa, salió al encuentro de sus amigos. Caía la tarde. El patriarca de Aldeacorba
Mientras tanto, nuestra pobre amiga se encontraba muy afectada y abatida, preguntando a cada instante por su Inocencio. Yo, para no afligirla más, le dije que el autor lo había tomado con resignación y se había salido del teatro a respirar un poco el fresco. La infeliz se revolvía contra sí misma echándose toda la culpa. Se alzó el telón para el acto tercero: todos acudimos a las cajas con afán.
Entrando en el cuarto, arrastró un banquillo hasta el sillón del paralítico; sentose, y dijo echándose la manta sobre las espaldas: Señores, si les es igual, como estamos un poco estrechos, me quedaré aquí esta noche. Puso en su mano la mano marchita del inválido y volvió la mirada al fuego que se extinguía lentamente.
Palabra del Dia
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