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Actualizado: 22 de junio de 2025
Y de beber clarete y borgoña, y del mucho comer, se mueren, colorados y gordos, los que se dejan halar en la djirincka, echándose aire con el abanico; los militares ingleses, los empleados franceses, los comerciantes chinos.
Estaba seguro dijo el herrador con tono provocativo, echándose para atrás , si yo no conociera las vacas del señor Lammeter, quisiera saber quién las conocería, nada más. Y en cuanto a la vaca que habéis comprado, barata o no, yo estaba allí cuando la purgaron; que me contradiga el que quiera.
¿Y tú? ¿Te han reconocido en la aldea? pregunta Franz, cuya insaciable curiosidad se dirige entonces al suelo natal. ¡Nadie! dice Juan echándose a reír y retorciendo el bigote, cuyas puntas insolentes amenazan al cielo. ¿Y en casa? Juan toma entonces una expresión seria y tiende la mano a su camarada. ¡Ah sí!... todavía tienes que ir allá. Eso debe hacerte tictac ahí dentro.
Los animales salieron gozosos en su compañía, pero viendo que Clara se quedaba vacilaron unos instantes, ladraron a Reynoso como recriminándole por ponerles en aquella disyuntiva y al fin se decidieron a volverse a la glorieta, echándose a los pies de su ama. Te lo digo con todas las veras de mi alma, Clarita; yo quisiera morir de un tiro de tu mano como han muerto esos patos.
Acudió Lotario con mucha presteza, despavorido y sin aliento, a sacar la daga, y, en ver la pequeña herida, salió del temor que hasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa Camila; y, por acudir con lo que a él le tocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo de Camila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones, no sólo a él, sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término.
Y el pícaro Anticristo la miraba, echándose el fusilillo a la cara con infantil gracejo, y ¡zas!, disparaba un tiro que la dejaba muerta en el acto; acudían otros chicos, camaradas de Riquín, y entre risotadas y gritos la cogían y la arrastraban por las calles. Gran algazara y befa de la multitud, que decía: «¡La marquesa, la marquesa!».
Iba a seguir, pero advirtiendo de pronto que Charito y Muñoz tenían los ojos fijos en ella, escuchándola, se ruborizó como una criatura; y echándose a reír, volvió a recatarse bajo su amable expresión habitual. Ya les estaba dando toda una conferencia sobre el amor, pero fue por Adriana, por disculparla y por disculparme yo también. Y Julio parece un simple amigo.
Y se estiró sobre los almohadones, echándose una manta encima de las piernas. ¡Ay! ¡ay! exclamó a los pocos instantes. ¡Cómo me lastiman las botas!... ¡Claro, como las he humedecido primero y luego puse los pies sobre el calorífero, se han contraído!... Vamos, padre añadió sonriendo graciosamente, sírvame de doncella una vez siquiera... Quítemelas usted, que yo no puedo.
Les cortó el diálogo la aparición repentina de Antonio Zapata, que entró sofocado, metiendo ruido, bromeando a gritos con el dueño del establecimiento y con varios parroquianos. Subió al cuarto interior, y tirando sobre la mesa la voluminosa cartera que llevaba, y echándose atrás el sombrero, se sentó junto a Frasquito y el de los caracoles.
El mezquino cuerpo se perdía en la anchura de aquella cama tan grande, y allí podía pasearse en sueños el esposo como en los inconmensurables espacios del Limbo. La esposa no se acostó, y acercando una butaca a la cama, y echándose en ella, cerró los ojos.
Palabra del Dia
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