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La respuesta no se hizo esperar, pues á los pocos días me invitó á ir á su casa á tomar una taza de te y á oir música. No desperdicié la ocasión y á las diez llegué á la calle de Astorg donde encontré una docena de personas de variadas condiciones, que iban desde el tenorino que cecea el francés, hasta el diplomático serio y desde la viuda joven un poco dudosa hasta la más auténtica.

¿Estás bien seguro de que la amas? le pregunté por fin, tanto me parecía esa condición primordial aunque dudosa para que se mostrara exigente. Oliverio me miró fijamente y como si mi pregunta le pareciese el colmo de la imbecilidad o de la locura, soltó una carcajada tan insolente que me quitó las ganas de continuar. La ausencia de Magdalena duró el tiempo convenido.

La dudosa claridad que esparcen los carbones encendidos que arden en la chimenea, tiende á producir el efecto que he tratado de describir. Vierten una luz suave en toda la habitación, acompañada de una ligera tinta rojiza en las paredes y en el cielo raso, y de un débil reflejo del pulido barniz de los muebles.

Existen también infinidad de plantas medicinales cuya eficacia la consideramos en su mayoría muy dudosa. Abundan las flores, que á la belleza unen la embriagadora fragancia de su perfume. Entre éstas se distinguen el ilang-ilang, la sampaguita y la azucena.

Día y noche estaba el insigne cacique atravesado en la carretera, y a cada viaje la elección de Cebre se presentaba más dudosa, más peliaguda, y Trampeta, desesperado, vociferaba en el despacho del Gobernador que importaba desplegar fuerza, destituir, colocar, asustar, prometer, y, sobre todo, que el candidato cunero del gobierno aflojase la bolsa, pues de otro modo el distrito se largaba, se largaba, se largaba de entre las manos.

El Fingal, que había sido rebautizado por su nuevo propietario con el nombre de Mare nostrum, en memoria de su tío, resultaba una compra dudosa á pesar de su bajo precio.

Y oculto el rostro entre las manos, la mirada en el vacío, teniendo ante mi vista toda mi existencia, dudosa, sin fondo, como un precipicio, quédeme absorto. Al cabo de una hora volvió Oliverio y me encontró en el mismo estado: inerte, inmóvil, consternado. Cariñosamente me tocó en el hombro y me dijo: ¿Quieres acompañarme esta noche al teatro? ¿Vas solo? le pregunté. No replicó sonriendo.

El camarero de la guitarra y otros dos colegas se esmeraban en el servicio de la mesa, porque eran los de la ópera los que venían a cenar; y... ¡colmo de la expectación!, se aguardaba también a las cómicas; vendrían la tiple, la contralto, una hermana de esta y la doncella de Serafina, que en los carteles figuraba con la categoría dudosa de otra tiple.

No le era bastante el tren insensato de lujo que arrastraba: las rentas de mi tía Medea, incólumes hasta el segundo matrimonio de mi tío, ya era materia más que dudosa: los inmuebles de la ilustre descendiente de los Berrotarán soportaban ya algunas hipotecas en cambio de los diamantes que iluminaban la cabeza y el busto de Blanca y de las telas que arrastraba en las alfombras de los salones del gran mundo.

Acometiéronse los dos ejércitos con enemigo furor, no bien apareció en el Oriente la mañana, i durante todo aquel dia, mantúvose dudosa la victoria. La noche con sus sombras separó á los contrarios, é hizo suspender el encarnizado enojo i matanza. Salido el sol, acompañado de rayos, embistiéronse nuevamente; pero con la misma fortuna: ni favorable ni adversa para ambos ejércitos.