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Actualizado: 11 de junio de 2025
Todo volvió a quedar tranquilo. La pobre Carbonera lloraba en un rincón, poniéndose el pañuelo sobre la parte dolorida. Estaba de Dios que aquella tarde la habían de perseguir. Empezaba a sentirme mareado. La lengua me había engordado sensiblemente. Noté que algo de lo que decía excitaba la risa de mi amiga la Serrana, quien me ofrecía a cada instante cañas y más cañas.
Pues una mujer que parecía la Magdalena por su cara dolorida y por su hermoso pelo, mal encubierto con pañuelo de cuadros rojos y azules. El palmito era de la mejor ley; pero muy ajado ya por fatigosas campañas.
Aterrábale la actitud dolorida de la mujer mística, sus labios trémulos y secos, la expresión de su rostro, que anunciaba la más grande desesperación. Yo soy una muerta, yo no vivo dijo ella. Yo no puedo vivir de esta manera ... Ya le dije á usted que no era santa, y ¡cuán cierto es!
Algo susurraron los dos antes de que ella se retirara. Nones habló cariñosamente a la enferma, que le miraba con empañados ojos, sin dar ninguna respuesta a sus palabras... Por fin, echó una voz que parecía infantil, voz quejumbrosa y dolorida, como de una tierna criatura lastimada.
La imagen de Rosa se le representaba triste y dolorida, padeciendo las crueldades de su padre, que, después de lo pasado, serían, a no dudarlo, mucho mayores. Y comenzó a punzarle el remordimiento, particularmente en ciertos momentos, cuando se quedaba solo en casa o la vista de los árboles y las flores le traía a la memoria la hermosa campiña de las Brañas.
Ella, puesta las rodillas en el suelo, con voz antes basta y ronca que sutil y dilicada, dijo: -Vuestras grandezas sean servidas de no hacer tanta cortesía a este su criado; digo, a esta su criada, porque, según soy de dolorida, no acertaré a responder a lo que debo, a causa que mi estraña y jamás vista desdicha me ha llevado el entendimiento no sé adónde, y debe de ser muy lejos, pues cuanto más le busco menos le hallo.
En esto se levantó don Quijote, y, encaminando sus razones a la Dolorida dueña, dijo: -Si vuestras cuitas, angustiada señora, se pueden prometer alguna esperanza de remedio por algún valor o fuerzas de algún andante caballero, aquí están las mías, que, aunque flacas y breves, todas se emplearán en vuestro servicio.
Y entonces, se había sentido devorar por la necesidad imperiosa de besar esa mano dolorida, de besarla devotamente en el dorso, de besarla con avidez en la palma; se había sentido devorado por el deseo de sentir el contacto de esa mano milagrosa en su cálida frente. ¿No era tan caritativa y bondadosa aquella mano? ¿No la había visto él un día curar cariñosamente a un herido, a un pobre loco, de cuya insania moral todos reían y ella sola se compadecía?
Detuviéronse todos a su vista, quedando cada cual en su sitio en el más profundo silencio. Volvió entonces el niño hacia el cuadro de la Virgen sus grandes ojos azules, rebosando candor y pureza, y con vocecita de ángel comenzó a decir : Dulcísimo recuerdo de mi vida, Bendice a los que vamos a partir... ¡Oh Virgen del Recuerdo dolorida, Recibe tú mi adiós de despedida, Y acuérdate de mí!...
Digo, pues, que acaeció que, así como Sancho vio al tal mayordomo, se le figuró en su rostro el mesmo de la Trifaldi, y, volviéndose a su señor, le dijo: -Señor, o a mí me ha de llevar el diablo de aquí de donde estoy, en justo y en creyente, o vuestra merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del duque, que aquí está, es el mesmo de la Dolorida.
Palabra del Dia
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