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Actualizado: 13 de junio de 2025
Así, lo mismo fue presentársele la idea religiosa, que tenderse hacia ella y cubrirla toda con impetuosa y fresca onda. ¡La religión, qué cosa tan buena!... ¡Y él, tan torpe, que no había caído en ello! No era torpeza sino distracción. Es que andaba muy distraído. Y su manceba, que más bien era ya novia, se le apareció entonces con aureola resplandeciente y se revistió de ideales atributos.
Después me lanzaba al azar por los bosques y me trazaba nuevos senderos apartando con las manos las ramas húmedas y los arbustos espinosos. Entonces me placía recorrer los lugares donde el hombre no tiene la costumbre de penetrar, de tal modo estaba poseído del sentimiento que llenaba mi alma y de tal modo temía ser distraído de él.
¿No os basta que os esconda mis lágrimas dijo la condesa , sino que venís á buscarlas? Ellas me ahogan y ellas me dan vida. Llorado me vea por vos, yo, á quien no llorará nadie, y quiera Dios que por vuestro recuerdo, salgan de mi pecho las lágrimas que me hinchan. ¿Pero no volveréis? No. Pues... adiós... Adiós... La condesa se quedó llorando; Quevedo salió atusándose el bigote distraído.
Pero a la segunda misa observole distraído e inquieto. Iba de un lado para otro, examinaba los altares y las imágenes como si estuviera en un museo. Esto la disgustó, y tal fue su incomodidad, que no se atrevió a comulgar aquel día, porque no se encontraba con el espíritu absolutamente sereno y limpio.
Iba tan distraído el flamante marqués que no reparó en ella, hasta que al ir a pasar la tocó con el hombro. Viola entonces y se paró encarnado como la grana. Ingrato exclamó ella te aguardaba aquí para cerciorarme de que no me has olvidado del todo y para pedirte la limosna de una mirada y el favor y la honra de que te dignes hablarme todavía.
Tampoco estaba en Lourdes. Nunca la encontraría en esta Francia agrandada desmesuradamente por la guerra, que había convertido cada población en un hospital. Por la tarde, sus averiguaciones no obtuvieron mejor éxito. Los empleados escucharon sus preguntas con aire distraído: podía volver luego. Estaban preocupados por el anuncio de un nuevo tren sanitario.
Dos ó tres hidalgos; otras tantas señoras machuchas; dos jóvenes amiguitas de Lucía, sobrina de D. Fadrique; un respetable señor cura y un caballerito forastero y muy elegante componían la reunión de casa de D. José, que empezó antes de que anocheciera. Nadie llamó la atención de D. Fadrique, que era harto distraído.
Marchaba distraído, con la mirada perdida en las nieblas del horizonte, absorto en vagos y tristes pensamientos. Los celos le tenían asida el alma desde el encuentro que por la noche tuviera con Octavio. Mas era su amor tan tímido, á pesar de las victorias alcanzadas, que no osaba decir una palabra de tal escena á la condesa.
Hubo ocasiones en que, haciéndose el distraído, llegó a dejarle encerrado en su habitación para que no pudiera decirla a ninguna hora. Nuestro presbítero aceptaba resignado estos vejámenes y los encomendaba a Dios, como todos los disgustos y alegrías que experimentaba en esta vida. El carácter de D. Miguel le producía repugnancia y terror.
El Jubilado se repetía, manoteaba para dar nueva fuerza a sus argumentos, echaba fuego por los ojos. Manuel Antonio le dejaba irritarse con visible satisfacción. En aquel momento pasó cerca el grupo de los oficiales, que dieron las buenas tardes cortésmente. Todos contestaron menos D. Cristóbal, que se hizo el distraído.
Palabra del Dia
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